XXVI. Caminos Para aquel al que le gusta la vida tranquila, lejos de los grandes centros poblacionales, el camino es una larga emoción. El camino de tierra poblado en sus orillas de pastos o de yerba alta o tierra cultivada o piedras cargadas de helechos o árboles frutales o de sombra.
No es el mismo camino de mañanita, cuando hasta las telas de araña están llenas de rocío y gorjean los pajaritos en sus nidos, al camino del mediodía, en el que la luz misma golpea, o al camino del atardecer, cuando en el ambiente fresco el sol es una lámpara amiga que dulcemente se va extinguiendo por el oeste mientras la mayoría de las criaturas se recogen en sus guaridas.
De día a día el mismo camino te sorprende con las guineas en el recodo que rápido volaron al verte, o el hormiguero rojo, el árbol florido, el charco de lluvia que escondido entre la yerba te empapa los zapatos y el pie.
Es blanco, es rojizo, con huellas de vehículos y arenas arrastradas por el agua. Aquí vive la luz y la sombra, los grandes aguaceros que se anuncian con un rumor lejano, el vuelo de los pájaros, la picada del mosquito, el silencio repentino, el cansancio y el descanso.
Todos los días estamos en el camino, pisando el gran tambor de la Tierra.
Ruta del monte.
Perdido entre matojos también el camino.
En mis espaldas brisa,
camino al frente. Soy el viajero. Rafael García Bidó
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