XXV. Manada de tres Durante varios años he caminado en los atardeceres junto al río Isabela en compañía de Lara, la perra de mi casa.
Caminamos juntos pero en libertad. Así ella se detiene o se adelanta a su gusto según huele u orina o pasa corriendo los charcos o se entretiene con las vacas y becerros. El límite a estas acciones individuales es el contacto visual que procuramos no perder nunca.
Desde hace unas cuantas semanas, a estos paseos se ha incorporado Lucky, una perrita que mi hija rescató de la calle en muy malas condiciones físicas. Estaba enferma, casi sin pelo y muy desnutrida. Nuestro recorrido ahora es algo más complejo, pues Lucky suele asustarse con la presencia de otros transeúntes y animales y detenerse o emprender, en franca huída, una marcha contraria. Cuando esto sucede la llamo en voz alta recordándole el sentido de unidad y logro que recupere la confianza y corra hacia nosotros.
Al salir de casa comenzamos caminando, pero luego, según calentamos nuestros músculos y salimos de la urbanización, pasamos a un trote moderado. Cuando las perras van delante disfruto de ver su agilidad y su alegría. Cuando van detrás oigo el sonido del cascabel que llevan al cuello y sé si corren cerca o se han detenido.
En cierto modo ahora somos una pequeña manada donde los más viejos protegen a los jóvenes. Una manada de tres que corriendo se desplaza por los caminos del atardecer.
Un frente frío.
El paseo de costumbre hoy es una aventura.
Atardecer.
Bajo la luna blanca, el viento frío. Rafael García Bidó
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