III. Un mosquitero Tengo un recuerdo de infancia, levísimo, pero que no se va.
Mi tío Miguel y yo paseamos por una calle estrecha, tranquila, de Albacete. En la copa de un árbol oigo piar a un pajarillo. Me acerco a mirarlo. Me percato de que no es ninguno de los pájaros habituales que conozco: gorrión, canario, jilguero, verderón.... Es algo más pequeño que éstos, con el pico más fino y largo. Aunque está posado sobre la rama, se le nota inquieto, parece como si temblara. Nunca lo había visto hasta hoy. Recuerda un poco, por el pico y el tamaño, a los colibríes de la enciclopedia de Ciencias Naturales que me regaló el abuelo, aunque el color es pardusco.
Afino la mirada. Me concentro en el pájaro. Mi tío Miguel avanza sigiloso, se coloca a mi lado y observa conmigo, cómplice. Quedamos un instante en silencio, los tres, como suspendidos en el vacío. Y luego mi tío dice: "¡Es un mosquitero!"
Yo nunca había oído ese nombre: "¡un mosquitero!". Estoy maravillado, como podéis imaginar. Un pájaro nuevo, un nuevo nombre. Una mañana nueva, soleada, paseando con mi tío Miguel, que ha venido de Barcelona y que juega conmigo y es mi amigo. Es probable que hoy me compre otro juguete (todos los días lo hace) o que vayamos al Parque y juguemos a las canicas. Hay luz, mucha luz en este día de verano. Y ahora, desde la distancia, diría que mi tío y yo nos hemos fundido en esa luz, y que allí estamos a salvo del tiempo.
No, no se va ese recuerdo diminuto, no se va ese mosquitero de mi vida. Ha sobrevivido a la madurez, al dolor, a la enfermedad, a la muerte, al odio. Han venido otros recuerdos más intensos, algunos momentos se han grabado a fuego en el corazón. Pero ninguno ha desbancado al pequeño pájaro, a la amistad de un hombre y un niño:
en silencio
un niño y un adulto espiando a un pájaro Frutos Soriano
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