I. La insoportable levedad del jaiku
"Para escribir un haiku, traedme un niño de un metro de alto"
(Matsuo Bashô)
El 6 de febrero de 2003 organicé, en el colegio al que va mi hijo, un taller de jaiku para niños de 6 y 7 años. Lo hice inspirado por una experiencia similar llevada a cabo en Barcelona, en el Colegio Puig D’Agulles. También me animó a ello la lectura de algunos jaikus de niños japoneses traducidos por Vicente Haya en su artículo "La tradición viva del jaiku". Ambos trabajos han sido publicados en esta página web.
Lo primero que hice fue dar una brevísimas nociones sobre este tipo de poema, eligiendo palabras muy sencillas. Después puse a la clase dos ejemplos, el primero de un niño japonés y el segundo de uno español, de edades semejantes a los chavales a los que me dirigía:
Mientras me reñían
por haber arrancado el girasol
yo miraba la flor
Salta mucho.
Está loca.
Cabra loca.
Seguidamente invité a los niños a que escribiesen su propio texto. Se pusieron manos a la obra. Yo iba supervisando su labor y contestando a sus preguntas.
Mi hijo Ezequiel lo tuvo fácil. Ya sabía que íbamos a hacer el taller y había escrito en casa el siguiente poema:
Charcos
El mar
Me hundo en el cielo
Como quizá hayan advertido los lectores, el poemita está claramente inspirado en otro de Alfonso Cisneros Cox, que obtuvo el primer lugar en el concurso del segundo semestre de 2001 de esta revista:
Un charco:
la calle inundada
de cielo
Aun así, y pecando de la lógica pasión de padre, creo que el de Ezequiel no está nada mal. Seguí andando entre los pupitres y me encontré con alguna agradable sorpresa:
Escondido en las
ramas del matorral.
Ardilla a la vista.

Marcos
Tras este jaiku-jaiku llegué a la mesa de un amigo de Ezequiel, Álvaro, un niño que repetía curso y que precisaba apoyo. Tenía el papel en blanco y se mostraba nervioso. Me pidió que le ayudara. "Piensa en algo interesante que te haya pasado hoy y escríbelo en tres líneas cortas".
Lo dejé y seguí mi paseo, encontrándome un jaiku de invierno:
He salido del colegio.
Ha nevado.
Hay bolas para todos.

Leyre
Uno gracioso:
Si no llevas la mochila
cómo vas a trabajar
este día

Samu
Un imaginativo poema que ignoraba todas las reglas orientales:
Cielo azul y cielo blanco.
Yo te doy mis mil llaves
del cielo azul y blanco.

Pablo
Y volví al pupitre de Álvaro. El papel seguía en blanco. Le dije que yo le daría el primer verso y él tendría que escribir los dos restantes:
En el recreo
Escribió el verso con letras temblorosas. En la siguiente "inspección" surgió un poemilla de Raquel con auténtico sabor a jaiku, en el que el tiempo se paraba en su mirada suspendida en el aire:
La pelota roja
se va
muy alta
Jaikus de fútbol, de golondrinas y perros, playas alborotadas, un calamar, una selva de plastilina... ¿Y Álvaro? Cuando fui a su mesa por tercera vez lo noté aún más nervioso. No había escrito nada tras el primer verso. Me pidió que le completara el poema. Le dije que eso no tenía sentido, que pusiera cualquier cosa, no importaba qué, le dije que tampoco pasaba nada si no lo hacía. Y me fui a recoger los jaikus de los demás niños.
Cuando ya tenía todo el material, miré a la mesa de Álvaro y no estaba. Le pregunté a la profesora y me dijo que se había marchado, que había huido ("A veces lo hace").
Tras ese taller he vuelto en tres ocasiones a la clase de mi hijo, con diversas actividades de animación a la lectura. Y todas las veces, al principio, Álvaro levantaba la mano y me preguntaba: "Ese García Lorca... ¿escribía jaikus?" o "En esos libros que traes en las maletas, ¿hay alguno de jaikus?". Cuando levantó la mano en la tercera ocasión (iba a leerles una obrilla de teatro sobre el Quijote) le dije, adelantándome... "El jaiku, ¿no?". Y él asintió. Incluso un día, cuando nos acompañaba a Eze y a mí de vuelta a casa, me preguntó por alguna librería donde vendieran "algún libro que lleve jaikus" y aseguró que iba a animarse a comprar uno.
No sé por qué huyó. Es posible que le anonadara la facilidad del jaiku, su falta de pretensiones, su vacío. Que no entendiera que algo hecho en clase podía ser tan sencillo. Quizá pensó que luego le pondría nota y le suspendería. Quizá creyó que le estaba tendiendo alguna trampa. No soportó la simpleza, la levedad del jaiku.
Álvaro es un crío alegre, simpático. Da gusto verle reír, echar el brazo por encima del hombro a sus amigos, invitarles a gusanitos y chucherías. Sorprenden y hacen gracia sus ocurrencias, incluso cuando intenta parecer mayor. Si volviera atrás, a ese 6 de febrero de 2003, no le agobiaría más. Le eximiría de escribir. Y le repetiría, adaptándolos al momento, los versos de Bécquer:
¿Qué es un jaiku?
¿Y tú me lo preguntas?
Jaiku eres tú
Frutos Soriano
Nota: El resultado de este taller se publicó en la revista "El problema de Yorick", número 6, y fue leído por los autores en la primavera de 2003, en la Biblioteca Pública del Estado, Albacete.