Haiku nº 8
Aunque pueda parecer paradójico, el mismo género literario que incorpora la Compasión entre sus motivos, el haiku japonés, en los últimos siglos ha comenzado a cultivar un subgénero de signo justamente contrario, al que hemos denominado "haiku cruel". Como si fuera una especie de feísmo moral -en lugar de estético-, los poetas desde Shiki comienzan a hablar de cangrejos pisoteados, de perros muertos inflados que flotan río abajo, y de todo tipo de escenas desagradables con las que se hace ostentación de insensibilidad, de falta de compasión.
A pesar del aparente sincretismo de las religiosidades en Japón, todas las componentes de esta espiritualidad colectiva japonesa luchan entre sí como si fueran corrientes interiores de un gran océano que se nos muestra de cara al exterior perfectamente unificado. El "haiku cruel" es la respuesta taoísta al "haiku de compasión" cultivado por los budistas. El budista proyecta su corazón sobre el mundo que le rodea, y sufre con lo que sufre. Para el taoísta el mundo es como es y somos nosotros los que tenemos que armonizarnos con él. Parte de esta "armonización con el mundo" es que no nos afecten las cosas que no pueden ser de otro modo. Y las mantis, sin ir más lejos, tienen la costumbre de comer abejas. Comen de todo, pero ahora mismo el poeta está ante una mantis que está comiéndose a una abeja. No propiamente "a una abeja", sino "la cara de una abeja". Kao o hamu ("comer la cara") queda tan raro en japonés como en español. Y en la rareza de dicha expresión es donde descubrimos la intención oculta del poeta: la de construir un "haiku cruel". No existe en este caso la naturalidad con la que Buson escribía:
El de Buson es un taoísmo todavía inocente del siglo XVIII, mientras que el de Seishi es un "taoísmo de resistencia" de finales del XX que ni sabe que lo es (no se nos oculta que Seishi era monje zen).
El instrumento que utiliza Seishi para producir un "cortocirtuito" en nuestra sensibilidad es el sonido. El primer nivel de comprensión de un haiku es el auditivo. Karikari-to es el sonido crujiente que hace una galleta de arroz inflado cuando se mastica. La apuesta de Seishi es -como otras veces- valiente. Trabaja con un sentimiento poético -dirían los japoneses- "seco y moderno" (gendai no kawaita shijô). Y suena rítmico, como el sonido de una máquina: kari-kari to... too-roo..., kari-kari to... too-roo... Esa mantis es percibida como una máquina de matar. El ruido que hacen sus mandíbulas, obvio es decirlo, está sólo en la mente del poeta, retumbando dentro. No es únicamente una abeja y una mantis; es la compleja e inagotable maquinaria de la existencia: la muerte generando vida, la vida generando muerte... Este haiku tiene en japonés una dimensión tan fuertemente kankakuteki (sensorial), resulta tan sokubutsuteki (material), que más que imaginar la escena la sentimos en todo nuestro cuerpo. Nos estremece como si nosotros mismos hubiésemos sido alguna vez insectos pajizos y crujientes para otros depredadores. Y hubiésemos sido triturados por las mandíbulas de una mantis como son machacadas las cañas en una trituradora. Sea como sea, Seishi ha logrado que estemos allí, no ante la mantis, sino entre sus mandíbulas.
Vicente Haya
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