Haiku nº 6
El haiku es instante, ya se ha dicho hasta la saciedad. Es -añadimos ahora, con este haiku de Onitsura entre las manos- la naturalidad del instante. En el haiku japonés cabe una expresión coloquial como are, con una posibilidad muy amplia de traducción: "¡Vaya! ¡Fíjate!". Aunque, en este caso, hayamos preferido la onomatopeya "¡zas!", para expresar lo súbito del gesto de la alondra, el poeta no sólo está sorprendiéndose en voz alta sino que nos está invitando a atender a lo que ha ocurrido. En japonés coloquial, are are se traduciría algo así como "¡Anda, mira!". Así es como Onitsura nos invita a la escena.
Una escena que ocurre en tres movimientos: uno horizontal (kusa-mugi ya), otro vertical ascendente (hibari ga agaru), y un tercero vertical descendente (are sagaru). Dirigiéndose en picado hacia la tierra dejamos a la alondra... El poeta nos ha privado de la resolución final del haiku. Lo previsible de la misma -seguramente posarse en alguna parte- no le resta su valor estético. Onitsura nos invita a mirar y, cuando lo hacemos, no nos permite acabar de saber el final de la pequeña historia que se nos cuenta. ¿Por qué? Porque nuestra mente busca finales, resoluciones, acabamientos. Y, en este haiku, lo importante ha sucedido en medio. Ha sucedido inexplicable. No sabemos por qué ascendió la alondra de entre los verdes campos de mugi, y no sabemos a mitad de ascenso qué le hizo retornar en picado. Y ese no saber lo queremos calmar con una última información -qué hace al final la alondra- que el poeta deliberadamente nos sustrae, porque no explica nada. Los movimientos de las criaturas son cada uno de ellos independientes, perfectos, plenos de sentido en sí mismos. Igual que el ascenso no se justifica por el descenso, el descenso no se justifica por lo que hay tras él, puesto que no se nos dice. Tras el último verso de un haiku no hay nada. Tras el tercer verso no hay nada, no hay información supletoria, hay el abismo, la nada absoluta. Lo que no se nos haya dicho en el haiku no ha existido ni va a existir nunca. Y lo que Onitsura ha relegado a la no existencia es la razón del descenso de la alondra.
Es un haiku que sube y baja. Tiene el vértigo mismo de la vida real. Son tres trazos en el aire, y a través de ellos el autor magistralmente nos da algo y nos quita algo. Nos ha privado del final del mismo cuando el pájaro se dirigía en picado hacia la tierra, y de ese modo nos ha hecho contemplar nuestro propio inacabamiento, la naturaleza abierta de todo cuanto hacemos y de todo cuanto somos. Y al mismo tiempo, para reequilibrar las cosas, a modo de yang necesario al yin, se nos ha hecho el regalo de hacernos conscientes de la plenitud de cada uno de nuestros gestos. Los movimientos de la alondra son perfectos, su sentido refractan nuestras proyecciones de sentido sobre ellos. No sube para contemplar mejor dónde hay comida, no baja en picado para lanzarse sobre su comida, al menos no en este haiku, para nosotros las alondras son sólo pájaros que comen. Pues no: en este haiku de Onitsura, la alondra sube para subir y baja para bajar.
Vicente Haya
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