Haiku nº 5
Para entender un haiku en el que se habla de una rana, hay que ser una rana. Si no, ¿cómo ver una nube con ojos de rana y desear comérsela? Se emplea la expresión hara ga fukureru (inflar la barriga), que en japonés coloquial significa lo que el castellano "comer de vista". Nosotros -los seres humanos- sabemos que las ranas no comen lluvia. Pero, al menos esa rana que está observando Chiyo, no lo sabe. Y ahí está, inflando el buche mientras ve venir nubes grises de lluvia, relamiéndose como el que anticipa un festín. La confusión de esta rana ha debido resultarle cómica a la poetisa.
Sin embargo, estamos ante algo más que un simple haiku cómico. Bajo su sencillez irrompible, este haiku esconde un misterio. Un misterio que es capaz de viajar lejos, de un corazón a otro, sin mostrarse. La clave para comprenderlo no está en los tres sustantivos (nubes de lluvia, vientre, rana) ni en el único verbo (inflar), sino en una partícula: ni, que en este caso puede tener una doble traducción: "ante" o "por causa de". Es esa partícula la que está soportando toda la tensión entre los dos polos de este haiku. El genio del haiku japonés es su habilidad para captar relaciones entre cosas. En este haiku de Chiyo, tenemos, de una parte, el "estar" de una rana -inmóvil en su lugar, con sólo un movimiento de vientre que pretende mágicamente atraer hacia sí a las nubes que son el objeto de su deseo; de otra parte, tenemos el suave fluir -casi también el "estar"- de esas nubes grises que han hechizado a una rana, y que van discurriendo hacia el exacto lugar donde una rana detenida las espera. Dos polos claros, dos elementos en relación: unas nubes que parecen dispuestas a contener su lluvia hasta que se dicte el instante de soltarla, y una rana que cree poder alimentarse de esa lluvia. La relación como misterioso malentendido. El mundo tal como es. El misterio donde no lo percibimos.
Vicente Haya
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