XII. Adiós
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Con este texto termino la columna bimestral que empecé en mayo de 2006 y que titulé "Instantáneas".
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Es curioso cómo, a veces, la inspiración brota de cosas insignificantes. "Instantáneas" brotó de esta imagen: un reguerillo de agua gris corriendo por la calzada, transportando hojas y pétalos de pruno, tras una lluvia primaveral. Esa "instantánea", que vi fugazmente mientras conducía mi coche, me impactó profundamente y me llevó a la idea de escribir una colección de prosas que fijasen la atención en fenómenos semejantes (inadvertidos, mínimos). También dicha visión me llamó a vivir la cotidianidad (el camino hacia el trabajo, la comida en compañía de la familia, los paseos en soledad) como algo sagrado, recuperando esa cualidad numinosa que llenaba la infancia.
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Como el lector habrá podido comprobar, no he sido demasiado fiel a ese propósito. Creo que las únicas instantáneas que han cumplido esa expectativa fueron las cuatro primeras, y quizá también la número doce. Las restantes viraron hacia lo lírico (estado hacia el que suelo acabar escorándome, incluso cuando escribo haiku; siempre vuelvo al recuerdo, a los afectos, a la ternura, en fin, al complejo y fascinante mundo de las relaciones humanas).
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Soy escritor de cuerda corta. Mis inspiraciones son rápidas, intensas, como un fogonazo que no tarda en apagarse. De ahí que elija géneros breves: la poesía, el artículo, la carta y (¡ya el colmo!)... el haiku. Incluso mis columnas duran poco, y, me temo, acabe alargándolas en exceso, por educación. Quizá, tras la cuarta "instantánea" debí hacer dicho adiós, pero quise ser "serio" y me propuse escribir doce textos (buen número: doce apóstoles, doce meses del año...). Ahora he cumplido y puedo permitirme, de nuevo, el asueto, el descanso (tan necesario para la creación). Es tiempo de barbecho.
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Amantes de la prosa
haibun, os dejo en buena compañía: García Bidó (siempre lo he sentido un alma gemela), Cisneros Cox, los amigos Luis Carril e Israel López. Un abrazo y perdonad por incumplir en este último texto el primer precepto exigible a todo autor de haiku: no hablar de sí mismo.