XXXI. El haiku japonés como creación de la ultraconciencia (II) Shikô, uno de los famosos "diez filósofos", discípulos directos de Bashô, ha captado magistralmente esta estampa secuencial de la naturaleza:
Quiere decir que cesa la lluvia justo para que se oiga a la alondra cantar. El haiku acaba en un adverbio, mata, que es como si dijéramos: "y otra vez... (vuelve a llover)". La renovación del proceso queda pendiente de ese mata. La observación que aquí se hace de los tiempos de la naturaleza es entrañable.
Es también bellísimo este poemita de Soogi:
Según Blyth, vemos aquí la perfección misma de la naturaleza, fielmente expresada. Esto nos lleva al sentido de lo sagrado, que ha sido el tema de un profundo estudio de Vicente Haya. Según este autor, la expresión japonesa más frecuente para describir lo sagrado en haiku es el adjetivo tôtoi, que se podría traducir como "excelso, glorioso". Así aparece en este haiku de Bashô:
La admiración aquí se torna en gratitud ante la gratuidad del don. Es una actitud típicamente religiosa.
A veces puede aparecer en haiku la sagrada presencia de Buda, dando unción al paisaje. Así ocurre en el siguiente haiku de nuestra contemporánea Tatsuko, hija de Kyoshi:
Se trata del gran Buda de Kamakura, expuesto al aire libre. La tenue luz solar de invierno ha estado iluminando la imagen de Buda; pero ahora ésta queda en sombras, y la luz, cargada de su presencia, se posa sobre los montes iluminándolos, divinizándolos. En este ambiente sagrado, el haiku se convierte en himno, y el conocimiento que éste propicia se torna en misticismo. Es el aura que invade el siguiente haiku de Santôka, en traducción de Vicente Haya:
Entiendo que la palabra compuesta reirô, "belleza de lo luminoso, sonido claro y redondo", debe interpretarse en dos kanji -pues en el original está en hiragana- como "brillante y claro, sereno, sin tacha":
La métrica de Santôka es, también aquí, irregular. Trato de traducirlo rítmicamente, como un haiku normal:
Brillante y clara,
cae el agua despeñándose del monte abrupto El hecho de que el haiku original termina en un sustantivo casi abstracto (reirô), que es el sujeto gramatical, y -por ello- el principal actante, colabora al efecto abstracto y místico del conjunto.
En este dominio, donde las palabras se estiman insuficientes, no es difícil intuir que se precisa un recurso a los símbolos. Los símbolos naturales son muy frecuentes en el haiku, empezando por el casi obligado kigo o "palabra de estación", que es un elemento natural que nos evoca toda una estación del año. Pero hay otros símbolos para lo inefable. Ya Issa hablaba del rocío -tsuyu-, usándolo como símbolo de la brevedad e inconsistencia de este mundo:
El mundo es evanescente y efímero, como el rocío. En el corto tramo silábico de un haiku, esta idea se reitera y enfatiza por parte del poeta, lo cual es todo un reto bien superado. Con todo, el sentido queda pendiente y abierto al final, por obra de ese sarinagara. Así he tratado de reflejarlo en mi traducción, terminando en una reticencia análoga a la de Issa. Parece que el final esperado y ausente sería: "es, sin embargo, querido."
Otro símbolo, entre muchos, puede ser el de la nieve; y no precisamente como kigo de invierno, sino como elemento purificador. Así se manifiesta en un haiku muy filosófico, de Santôka (trad. de Vicente Haya):
Por decirlo en un pareado heptasilábico, tratando de imitar así la métrica de este haiku, lo podemos también verter:
Vida y muerte: allá dentro
nieva y nieva sin fin A riesgo de equivocarme, diré que para un japonés este comienzo de haiku "shôji no naka" puede evocar la idea de "dentro de casa, en el interior de la casa", pues shôji -con otros ideogramas- significa también los paneles correderos que delimitan las habitaciones domésticas respecto al exterior. Esta posible bisemia connotativa nos llevaría a tomar la casa como un símbolo adecuado de la vida y la muerte, siendo aquí "vida y muerte" el significado claramente expresado. Más importante que eso es el indiscutible simbolismo de la nieve, con su pacífica y limpia contribución al espíritu.
Decía Blas Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no conoce". El conocimiento que a partir del haiku entrevemos es intuitivo y amoroso, superando así lo meramente conceptual. Por ahí se puede llegar a una trascendencia cognoscitiva que rebase barreras: en lo que es temporal se verá lo permanente, y en lo particular lo universal. Por lo que respecta a la primera de estas antinomias, es típica la vinculación cósmica que supone la palabra de estación o kigo: las estaciones sobrevienen por sucesivos cambios de escenario y clima, pero éstos son rítmicos y constantes, asegurando así la permanencia del ciclo cósmico. En cuanto a ver lo universal en lo particular, deleitémonos con este hermoso haiku de Issa, a la vez diminuto y grandioso:
He aquí ese enorme mundo de la montaña, con sus picos, crestas, laderas, pasos y valles..., todo encerrado en el pequeño recinto del ojo de una libélula. Lo grande apresado y comprendido en lo pequeño. También el haiku es un brevísimo mensaje poético, más corto aún que el tanka -que ya se llamaba "canción corta"-, pero que aun así puede sugerir mundos de infinitud y ternura.
Por el camino del haiku debemos andar solos, como Issa y como Santôka lo hicieron, por largas sendas de Japón y por arduas rutas de ascesis espiritual. Aunque es cierto, a su vez, que peregrinando por dicho camino podemos encontrar también calor humano y amistad.
Séame permitido terminar con un haiku de Shiki, donde el haijin enlaza la soledad del camino con la situación de paz:
Venimos así a enlazar con aquel pensamiento que inspiró a Bashô: todo ser de la naturaleza irradia una satisfacción esencial consigo mismo. Estoy convencido de que el camino del haiku nos puede brindar un conocimiento y un disfrute superior de la vida; y así, puede aportar no poco a nuestro equilibrio interior. Lo cual, obviamente, vendrá a redundar en mejores relaciones con nuestro entorno y nuestros semejantes.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla |