XIV. Afinidades e influencias (I)
En el mundo del haiku puede haber influencias, más o menos conscientes –o incluso buscadas- de unos autores en otros. Es bien sabido que el concepto de "plagio" no es el mismo para un japonés que para un occidental, ya que en la estética japonesa basta casi con que cambie una palabra de un poema para que ya la intuición referida sea otra, y el mensaje cambie en consecuencia, sin dar lugar a plagio alguno.
Pero también pueden darse afinidades no atribuibles a influencia directa, tanto entre los haijin (autores de haiku) japoneses, como entre éstos y los occidentales (como también entre unos occidentales y otros, obviamente). Al ser difícil de trazar y de señalar una influencia directa, podemos quedarnos en el dominio de las "afinidades", radicadas en el eterno substrato humano.
Algo así se me ocurrió al leer el siguiente haiku, extrañamente dotado de título –siendo así que el haiku japonés clásico no suele llevar título-; y ese título reza así: "Un día" ("Ichinichi")
Ichinichi

sabishi ya kono ichinichi
hitotsu no fushigi wo mo mizarishi



Un día

Día solitario, el de hoy:
No he visto en él ni un solo prodigio.
Su autor, Ogiwara Seisensui (1884-1976) –sigo el orden japonés de colocar primero el apellido y después el nombre propio; los "haijin" suelen darse a conocer por el nombre propio-, participó activamente en el movimiento de renovación del haiku, tan propio de su época, acaudillado por Hekigodoo e Ippekiroo. En 1965 llegó a ser miembro de la Academia Japonesa de las Artes. El haiku suyo recién citado es entrañable, pero renovador y desconcertante a más no poder. Aparte de ir titulado, rompe el esquema canónico de tres versos con 5-7-5 sílabas respectivamente; pues tiene más bien dos versos de 10+13 (=23) sílabas, dando un total de 27 sílabas si contabilizamos las 4 del título. Es, obviamente, muy largo. No presenta palabra de estación. Es excesivamente minucioso en la precisión gramatical, acumulando partículas (wo-mo), siendo así que el haiku favorece normalmente la imprecisión y la sugerencia, valiéndose a menudo de la supresión de partículas.
Con todo, este haiku es bello y meritorio, porque transmite una experiencia muy humana de soledad, y sus elementos componentes léxico-semánticos -día / soledad / (ausencia de) prodigio / percepción subjetiva- están muy bien trabados en una unidad significativa.
La sensación de "afinidad" viene a mi mente al recordar que un famoso libro de haiku en español, el primero en la historia literaria, escrito por el mexicano José Juan Tablada (1841-1945), se titula precisamente "Un día… (Poemas sintéticos)" (1919). ¿No es casualidad? En dicho libro hay bellezas tales como esta, al definir a una libélula:
Caballo del diablo:
clavo de vidrio
con alas de talco.
Cada poema lleva su título, y un sugerente dibujo del autor. –Con el título "Tres Libros" ha sido reeditado en Poesía Hiperión (Madrid, 2000)-.
Pues bien: "Un día" (poema citado) de Seisensui relata el panorama gris de una existencia humana donde no se percibe ningún portento ni maravilla. ¿No puede ser la nuestra, y nuestros días monótonos quedarían descritos aquí? En este escenario viene a irrumpir el haiku con su visión de novedad.
"Un día…" (libro citado) de J.J.Tablada presenta afinidades innegables con la tradición del haiku japonés, como en la siguiente muestra poética:
Devuelve a la desnuda rama,
nocturna mariposa,
las hojas secas de tus alas.
Seguramente hay aquí una influencia directa de Moritake (1472-1549), uno de los pioneros del haiku, sobre el autor mexicano, pues a poco que éste último estuviera informado del haiku japonés, es difícil que no le hablaran del célebre haiku de Moritake, abad shintoísta de los siglos XV-XVI.
Rakka eda ni
kaeru to mireba
kochoo kana



¿Veo la flor caída
retornando a su rama?
¡Es una mariposa!
Este haiku sale al paso de un error de percepción, y su intuición creadora consiste precisamente en corregir dicho error. ¿Flores que vuelven a la rama? En la historia precedente se encuentra una frase de las escrituras Zen, que Moritake, sin duda, conocería: "¿Puede una flor caída volver a su rama?"
De hecho existe el siguiente verso pareado escrito en chino, tomado de "Zenrin kushuu" (Antología de versos Zen):



El espejo roto no volverá a reflejar;
la flor caída difícilmente volverá a su rama.
A partir de este pareado Zen vendría el haiku de Moritake, y a partir de Moritake surgiría el "poema sintético" de Tablada, el cual presenta un menor ingrediente de sorpresa, y una elaboración mayor: en "las hojas secas de tus alas", por ejemplo, frase un tanto perifrástica.
En todos estos casos de creación artística, el escenario de partida se nos presenta pálido y gris: flores (u hojas) caídas de la rama. Paisaje donde no se ha visto aún nada maravilloso, ningún prodigio. Ahí vendrá el haiku con su creación de una instantánea que hace cambiar el panorama, reviviendo en nosotros la expectación y la novedad.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla