XIII. Onomatopeyas directas en el haiku
El japonés es un idioma que se ha ido haciendo muy en contacto con la naturaleza y la vida natural: muy "al aire libre", diríamos, ya que la casa japonesa por antonomasia tiene unos paneles corredizos sobre una estructura de madera que además se pueden desmontar de sus marcos para permitir la libre entrada del aire desde el jardín o el campo hasta la intimidad del hogar. En conexión con este fenómeno de la vivienda como elemento integrado en la naturaleza, está la proverbial sensibilidad del pueblo japonés para expresar los cambios de estación y de clima, con la consiguiente abundancia de palabras para hablar de la lluvia, por ejemplo..., y también está la riqueza de frases onomatopéyicas. Una atención muy especial dedicada a las onomatopeyas supone un oído muy atento a la variada sonoridad de los fenómenos naturales.
Aun siendo así, las onomatopeyas no tienen por qué coincidir de lengua a lengua. Pues, además del sonido natural, está la interpretación del mismo por parte del oído humano. La lengua en la que se interpreta una onomatopeya actúa como un filtro para los sonidos en cuestión. Así, por ejemplo, el sonido seco de un interruptor eléctrico o similar, en español nos suena como "clic", pero en japonés como "kachí", ya que no se dispone en esa lengua de las sílabas adecuadas para lograr un sonido como "clic". El canto del gallo, para nosotros "kikirikí", resulta ser para un japonés "kokorokko", más parecido al "kokorikó" francés.
A veces, sin embargo, hay una coincidencia o aproximación entre español y japonés en este terreno, como al reproducir el mugido de la vaca: para nosotros "muu, muu", y en japonés "moo, moo". El hecho es que el haiku japonés contempla de muchos modos la posibilidad de convertir en sonidos expresivos -normalmente repetitivos- todo el clamor de la naturaleza en sus varias manifestaciones, incluidas las acciones humanas.
La onomatopeya puede ser directa, como manifestación inmediata de sonidos. También puede ser indirecta, si trata de reflejar sensaciones, acciones..., con cierta subjetividad.
Así, el poeta Issa (1763-1827) nos da la siguiente interpretación del mugido de una vaca:
ushi moo moo
moo to kiri kara
detari keri



Muu, muu, muu...,
muge la vaca, y sale
de entre la niebla.
Las cuatro últimas palabras japonesas de este haiku -"kiri kara detari keri"- también tienen un ritmo imitativo de signo muy risueño, conseguido por aliteración.
Dansui, poeta contemporáneo de Bashoo, y fallecido en 1711, nos ha dado la siguiente visión -y audición- de la caída de las flores de camelia:
hota hota to
tsubaki no otsuru
oborozuki



Plas, plas..., cayendo
las camelias. La luna
luce velada.
La voz onomatopéyica japonesa es "hota hota", y la sílaba que sigue -"to"- quiere indicar que se está tratando, mediante la onomatopeya, de dar algo comparable a una cita textual de lo que es el sonido. Lo hemos adaptado en la versión española como se ha visto.
Otra muestra es de Onitsura (1660-1738), quien nos regala los oídos con el roce de las patas de la tortuga al abrirse paso por un estanque:
sawa sawa to
hachisu ugokasu
ike no kame



Mueve un susurro
los lotos del estanque:
esa tortuga.
El elemento onomatopéyico "sawa sawa" lo he traducido mediante esa repetición silábica con que comienza la palabra "susurro". No sé si con acierto.
Citaremos de nuevo a Issa para contemplar cómo personifica a la primavera, la cual va desfilando ante nosotros con majestad:
yusa yusa to
haru ga yuku zo yo
nobe no kusa



Ondulante, cimbreante,
pasa ya la primavera.
¡Hierbas silvestres!
Aun en las hierbas del campo -que Salomón miraría con cierta envidia, según la conocida observación evangélica- se advierte el paso mayestático de la primavera, con su consiguiente efecto sonoro: "yusa yusa"; que hemos pretendido traducir mediante el juego de sufijos en "-ante": "ondulante, cimbreante". Aquí estamos en el límite entre la onomatopeya directa y la indirecta; pues en cuanto que se trata de reflejar el sonido de la hierba, la onomatopeya es directa; pero en el sentido de que hay una personificación metafórica, y se pretende mostrar el porte de la supuesta dama primavera, es indirecta.
Una última anotación: no conviene, creo, que los occidentales amantes del haiku vayamos más lejos que los poetas japoneses en el uso de la onomatopeya. Me refiero sobre todo a las traducciones. Si el haijin o poeta de haiku no ha usado onomatopeyas pudiendo haberlo hecho, esta elección suya debe respetarse en la traducción.
En el superconocido haiku de Bashoo "Furuike ya", donde una rana se zambulle en un viejo estanque, el maestro podía haber empleado cualquier onomatopeya acuática para orquestar el salto de la rana, pero se refrenó de hacerlo, y con admirable contención nos dio este último verso como cierre: "ruido de agua", quedando así el conjunto:
Un viejo estanque:
al saltar una rana
ruido de agua.
No veo, pues, adecuado que Octavio Paz haya traducido:
Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.
Aunque concedo que la doble onomatopeya del entrañable Nobel mexicano tiene fuerza, y mucho sabor local de su tierra en el segundo elemento -"chapaleteo"-, "ruido de agua" es menos sonoro, pero más misterioso y evocador en su sencillez.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla