XI. Conciencia de culpa En el haijin o poeta de haiku, como en cualquier artista, podemos contemplar dos dimensiones personales: una, la que le corresponde en la sociedad civil, como sujeto que tiene sus derechos y obligaciones; y otra, la que su destino le ha asignado como creador de arte. Y en esta segunda dimensión no resulta extraño que se sitúe más allá del bien y del mal.
El conflicto que puede generarse entre esas dos facetas de la personalidad es algo tan íntimo y verdadero que puede convertirse en tema de su creación. En nuestro caso, diríamos que el haijin puede ser más o menos consciente u olvidadizo de sus responsabilidades ante la sociedad. Dicho de otro modo: puede tener más o menos internalizada la dimensión ética.
La palabra 'pecado' -tsumi- es de difícil uso en Japón, pues supone una fuerte censura. Sin embargo, Issa (1763-1827), sacerdote budista itinerante, no se retrae de usarla cuando se trata de salvar la integridad corporal de unos pollitos, que se pelean por unos granos de arroz arrojados por alguien ante ellos:
Y lo importante, según el comentario con que el poeta acompañaba este haiku, es su proyección arquetípica en el mundo de los humanos: por cualquier menudencia desatamos graves peleas. He aquí una muestra de haiku "con moraleja".
Pero no siempre encontramos esta tónica en el haiku, ni siquiera en el mismo Issa. Otro haijin, contemporáneo de Bashoo, llamado Raizan (1654-1716) era muy laxo en sus costumbres de bebedor. Se cuenta que al morir su madre se inebrió en sake. De Santooka, haijin del siglo XX, consta que en cierta ocasión fue detenido por la policía a causa de haberse comportado como un borracho en la vía pública. Pues bien: volviendo al primero de ellos, Raizan compuso un haiku en el que indirectamente confiesa no conocer siquiera el nombre del Prefecto de su distrito, pero "¡qué más da! el año pasa igual", viene a decir:
Se cuenta que por aquel entonces Raizan vivía en el centro de Osaka, y recibió un castigo del Prefecto en cuestión por haber compuesto dicho verso. Sin duda el representante de la autoridad se sintió herido.
Sin embargo, ¿qué castigo había merecido Raizan en realidad? Es fácil que no lo reconociera personalmente, ya que escribiría más tarde, en su poema de muerte:
En realidad es un waka o canción japonesa, pero su primera estrofa (los tres primeros versos) coincide métricamente con un haiku, y se puede considerar que tiene un sentido completo. ¿Quién no ve aquí un lejano eco de nuestro famoso monólogo de Segismundo, creado por Calderón de la Barca en La vida es sueño?
¡Ay, mísero de mí! ¡Ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, ¿qué delito cometí contra vosotros naciendo? Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido: bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Al parecer estamos ante una de esas "constantes eternas" de la literatura, y esto a pesar de que en la mente de Raizan no influiría la doctrina cristiana del pecado original, que sí sería operante en la inspiración de Calderón.
Curiosamente, el actual Premio Nobel japonés, Kenzaburoo Oé, dice en su novela Salto mortal (Chuu gaeri), por boca de uno de sus personajes:
"Cuando Dios asigna un gran castigo al ser humano, ¿no es cierto que no hace distinción entre quien tiene pecado y quien no lo tiene? Pues lo que se castiga en realidad es, ante todo, el hecho de que uno es humano." (cap. 11, 3. La traducción es mía).
Tiene su indudable interés que contemplemos la cita de nuestro dramaturgo Calderón entre estas dos citas japonesas. Porque aparte de las hondas diferencias culturales, siempre está vigente la honda filosofía del ser humano.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla |