VIII. Economía y lujo
He usado para mi título esos dos nombres abstractos, como podía haber usado "sobriedad y magnificencia", ya que tratamos de poesía. Qué duda cabe de que economía y lujo son términos más generales, e igualmente antitéticos entre sí. También sabemos por propia experiencia que en nuestra administración privada a veces nos imponemos cierta economía de gastos, precisamente para poder permitirnos algún que otro lujo o capricho.
La poesía es un gran albergue de paradojas. El poeta debe sugerir mucho, usando pocas palabras. El lenguaje elegido debe ser selecto, pero al mismo tiempo debe estar al alcance de todo el mundo. Es lengua escrita, pero debe sonar a palabras coloquiales, o al menos familiares. Las figuras literarias están ahí a disposición del poeta, pero hay que usarlas con moderación, sin recargar el estilo. El poema debe tener su ritmo, pero modernamente se suele renunciar al procedimiento rítmico más obvio y tradicional, como es la rima. Parece, en suma, que la poesía es una gran pirueta, un bravo salto al vacío, del que no sabemos si saldremos maltrechos.
El haiku, al ser un mínimo núcleo poético, ve agudizadas estas dificultades en su ámbito de composición. Son grandes retos del haiku la obligada parquedad en figuras literarias -concretamente en la metáfora, la figura reina de la retórica- y la economía en número de sílabas. El canon del haiku nos invita a la escasa pauta métrica de 5/7/5 sílabas.
En este punto, las personas de habla hispana estamos en desventaja con respecto a los japoneses a la hora de componer haiku. Las palabras españolas normalmente son más largas que las japonesas, y además tenemos en nuestra lengua el artículo gramatical -determinado e indeterminado- inexistente en japonés. Así, una palabra tetrasílaba como es "primavera" equivale a la bisílaba japonesa haru. Si además tenemos que añadirle artículo -"la primavera"-, resulta así una frase pentasílaba, y con esas cinco sílabas se llenaría ya el primer verso de un haiku. En tanto que un poeta japonés que usara la voz haru dispondría aún de tres sílabas en ese hipotético primer verso. Es cierto -dicho sea en honor a la verdad- que en español tenemos procedimientos para abreviar -como diptongos, sinalefas, sinéresis...- de los que carece la métrica japonesa. Pero, aun así, la concisión es un requisito ineludible, y casi un tormento, a la hora de escribir haiku en español, y también a la hora de traducir haiku japonés.
En aras de esa concisión, es frecuente que en el haiku -incluso en el japonés- se ahorren adjetivos y adverbios; y, por el contrario, resulta tanto más admirable que dentro de un haiku se repita alguna palabra ya dicha. Pues la repetición -aparte de su posible carga de monotonía- resulta en principio antieconómica.
En el universo paradójico de la poesía se dan -no obstante- repeticiones verbales e incluso fraseológicas, lo cual supone un reto frente a la típica brevedad del haiku. Supone un lujo.
Es muy notable a este respecto un haiku, tradicionalmente atribuido a Bashoo, pero de distinta autoría (por ejemplo, el profesor Oseko Toshiharu no lo recoge en su obra antológica sobre Bashoo), donde se evoca la belleza de Matsushima (a la letra, "Isla de pinos"), lugar que representa uno de los más hermosos paisajes japoneses. El hecho de que tal haiku se haya atribuido a Bashoo me dice mucho en favor de la apreciación positiva de los japoneses sobre dicho poema. La vista de Matsushima es tan indescriptible, que el poeta se limita a exclamar el nombre del lugar, con esa reiteración tan propia del balbuceo provocado por el éxtasis.
El poema en cuestión reza así:
matsushima ya
aa matsushima ya
matsushima ya



Podríamos traducirlo libremente como sigue:

Matsushima,
¡oh, isla de los pinos!
¡Matsushima!
Parece ser que Bashoo lo que hizo fue recitar este poema, que era de otro autor, Tawara Boo. Y de ahí, su atribución al gran maestro. En cualquier caso, y viniendo a nuestra literatura, pienso que San Juan de la Cruz, aunque venía de otro tipo de éxtasis -el éxtasis místico- compuso mediante un procedimiento análogo al aquí considerado aquel famoso verso que -valiéndose de la repetición- sugiere el balbuceo:
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.

Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla