IV. Lo que dice una rana El japonés es un idioma en que los animales tienen mucho protagonismo; en el sentido de que hay abundantes dichos, proverbios, etc., relativos a animales, pequeños o grandes. Nada de extraño el fenómeno, siendo así que la cultura y la vida de los japoneses siempre se han sentido -por largos siglos de historia- muy vinculados a la naturaleza.
La rana (que se dice kaeru, o bien kawazu) no es una excepción. No en vano hay frases como "kaeru oyogi", que significa "nadar a brazas" -a la letra: "nadar como las ranas"-; y refranes muy populares, como "kaeru no ko wa, kaeru" -a la letra: "el hijo de la rana es una rana"-, correspondiente a nuestro "de tal palo, tal astilla", para aludir a los parecidos entre padres e hijos; o bien, "i no naka no kawazu, oozora wo shirazu", que refleja la psicología del avestruz, al esconder la cabeza en tierra y así ignorar el mundo, pretendiendo pasar inadvertido (a la letra: "la rana que está en un pozo, es una ignorante del gran cielo").
Al haiku no podía dejar de llegar la rana con sus saltos, su croar, su inquietud vital. Y no me voy a detener ahora en el famosísimo haiku de Bashoo "furuike ya / kawazu tobikomu / mizu no oto" ("Un viejo estanque; / al saltar una rana / ruido en el agua"), pues lo considero bastante conocido.
Mi atención se centra hoy en un haiku del siglo XVIII producido por Rankoo (1726-1798). Este autor, procedente de una familia de comerciantes de Kanazawa, vivió muchos años en Kyoto, donde se gloriaba de estar restableciendo el espíritu de Bashoo en el haiku. Su teoría se basa en la idea -tan genuina de esta forma poética- de que el haiku debe expresar directamente el sincero sentir del poeta, sin permitir que el "yo" de éste se interponga en la expresión.
Su haiku sobre la rana reza así:
La imagen de la rana que espera el momento de verse encaramada en una piedra, para -al fin- ponerse allí a croar, sugiere -por asociación- la de un orador que desde un estrado dirige al público su prédica, discurso o arenga. Esta acción humana se humaniza aún más, se hace tierna e irónica, por esta simbólica aparición en escena de la rana. Resulta admirable apreciar todo lo que puede "decirnos" una rana con su simple croar.
Como el mundo del haiku ha desbordado las fronteras del Japón, contemplemos ahora un haiku escrito en español, con temática muy afín al recién citado. Pertenece al poeta mejicano José Juan Tablada (1871-1945), y está tomado de su obra El jarro de flores (1922). Resulta muy gratificante ver el paralelismo de inspiración entre los dos autores que hoy comentamos. Pasemos a la lectura del poemita de Tablada, donde el sapo es como un sochantre o sacristán, que entona un "miserere":
Canta un responso el sapo
a las pobres estrellas caídas en su charco. Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
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