XXI. Reposo del océano
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Descendieron de los farallones un sinnúmero de aves picoteando la luz envenenada. No sé si el amanecer era amanecer o el trasnochar de una sombra a otra. Un sonido transformó en bullicio el universo y sólo la escarcha y las heladas fueron palabras a pronunciar.
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Entre millones de ojos la luz despobló el atardecer y crujieron los ausentes corazones que curan la desdicha con la calma. El tiempo agonizaba como el parpadeo de una frase hacia la oración interminable de los desconsolados.
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Pero el grito horadaba fósiles, ballenas, peces gigantescos e intrépidos piqueros,
allí por donde escuchamos los crujidos de un temible agujero.