X. Canciones y acertijos Manolo tenía la sabiduría quebrada por una carcajada. Entre tartamudeos nos ilustraba en literatura, álgebra, lógica, reflexiones astronómicas y juegos de azar. Los lunes: días de lectura, preguntas metafísicas casi inoportunas sobre textos filosóficos que ni él podía resolver. Los martes: apreciación musical con la tía Chita escuchando el girar de los discos como gira la luna. Después, jugar con el balón, como malabaristas, disparándole al portero que cuidaba su valla construida por remos de chalanas. Y más tarde: canciones, acertijos, charadas, trabalenguas.
Ocultos en los arenales encendíamos nuestros primeros cigarrillos, temiendo ser descubiertos por alguna sombra delatora. En cada casa tañían campanas con sonidos diferentes, invitándonos al almuerzo perseguidos por las constantes reprimendas de mamá Adela. Vivíamos protegidos por la imaginación y la incertidumbre, escuchando cuentos de terror impidiéndonos dormir.
El motor de kerosene, que Fortunato encendía, iluminaba nuestras literas hasta cerca de medianoche. Entonces empezaba a brillar un viejo candil dibujando el perfil de nuestros rostros hacia la danza de las constelaciones.
Viejo candil
La oscuridad parpadea en la sombra Alfonso Cisneros Cox
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