VI. Templo de caracoles
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La transparencia del agua nos invitaba a desvelar un mundo sumergido. Colores y texturas cambiaban con el movimiento de la mirada, hasta perderse en el más oscuro silencio. Internarse en el brillo de sus cristales era recorrer otros sonidos:
un palacio de corales, conchas, piedras luminosas, diluidos por movimientos de algas y peces camuflados. Todo parecía distinto en ese universo de espejos. Rayas y lenguados ocultos en la profundidad, por donde juega la marea surcando distintos recorridos de un paisaje inconcluso.
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Casi todas las mañanas ingresábamos al profundo templo de los caracoles, desnudando sus corazones, que uno a uno depositábamos en bolsas de yute, reflejados por un azul intenso. Luego caminábamos presurosos por la orilla sosteniendo nuestro codiciado botín, que después traducíamos en manjar.