VI. Templo de caracoles La transparencia del agua nos invitaba a desvelar un mundo sumergido. Colores y texturas cambiaban con el movimiento de la mirada, hasta perderse en el más oscuro silencio. Internarse en el brillo de sus cristales era recorrer otros sonidos:
un palacio de corales, conchas, piedras luminosas, diluidos por movimientos de algas y peces camuflados. Todo parecía distinto en ese universo de espejos. Rayas y lenguados ocultos en la profundidad, por donde juega la marea surcando distintos recorridos de un paisaje inconcluso.
Casi todas las mañanas ingresábamos al profundo templo de los caracoles, desnudando sus corazones, que uno a uno depositábamos en bolsas de yute, reflejados por un azul intenso. Luego caminábamos presurosos por la orilla sosteniendo nuestro codiciado botín, que después traducíamos en manjar.
Aún cautivos
los caracoles destellan azul profundo Alfonso Cisneros Cox
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