V. El Gran Corte Debíamos sortear la baja, deslizarnos por la cueva de los lobos y avanzar amenazantes por la marejada de repentinos oleajes.
Cerca de Piedritas nos esperaba la gran proeza: cruzar El Gran Corte. Los pescadores de Pucusana podían hacerlo en pequeños peque peques protegidos por llantas desgastadas, sujetas a la proa de sus desteñidas embarcaciones.
Ricardito, Lucho, Fai y Coqui eran los jefes de la arriesgada expedición, y la chalana del tío Manuel, nuestro pequeño galeón. "Si los depredadores de nuestra fauna marina pueden atravesar en sus barcazas el temible desfiladero, ¿por qué nosotros no?", repetíamos, mientras nos acercábamos cada vez más hacia el vértigo de la traicionera marea.
Durante un instante no recordamos nada. Una profunda explosión estalló y un sinnúmero de trozos de madera saltaron, dispersándose por el aire hacia las peñas y el continuo murmullo de las olas. Flotando a la deriva, gritamos nuestros nombres extendiendo nuestros brazos y voces entrecortadas que poco a poco lanzábamos al vacío, mientras botes de extraños pescadores se acercaban al rescate.
Durante más de un mes no salimos de nuestra casa de playa, permaneciendo recluidos entre libros y tareas insoportables, sin hablarnos ni recibir los saludos del tío Manuel, que trataba de reconstruir su maltrecha embarcación.
Mar embravecido...
cómo se lamentan la cueva de los lobos Alfonso Cisneros Cox
|