I. La ensenada Por la ensenada recorría la luz de las enigmáticas orillas de La Quipa. Las olas resonaban una tras otra sorteando malaguas, mientras dejaba impresas mis huellas sobre la arena. El aroma del mar despertaba las horas y el sol laceraba la piel junto a los peñascos y arrecifes por donde reposa la niebla.
Panchito, el pescador, merodeaba por la playa afilando su cuchillo en las peñas, desollando lenguados, corvinas, tollos, pintadillas. Por las noches, entre risas y carcajadas se entregaba a interminables conversaciones, relatándonos audaces proezas que empezaban en el puerto extendiéndose hacia alta mar. Después del tercer trago de pisco, Panchito cantaba tangos.
Mágicas y enigmáticas aparecían aquellas noches estrelladas que aún resuenan en mi conciencia iluminada por lamparines. Cada verano nos alumbraba un nuevo amor: eternas promesas que sólo conserva la ensenada y la tinta diluyéndose lentamente sobre el papel.
Sobre la tarde
medusas en el agua: las olas pasan Alfonso Cisneros Cox
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