Haiku nº 12. Autor: Bashô
Luna, tierra, niebla, flor, en una composición de blanco sobre blanco: niebla sobre el campo de soba. La luna, más que una presencia, parece como un testigo que mirara a hurtadillas, luna casi inexistente, luna del tercer día después de la luna nueva. Aunque no pueda apreciarse a simple vista, el corazón de este haiku es la tierra (chi), y por eso va seguida de una partícula wa que la focaliza, la centra para el lector y hace gravitar todo en derredor.
Este tipo de haikus que logran transmitir una atmósfera frágil y perfecta son casi imposibles de comentar. Comentar uno de ellos, de los que Bashô era el maestro indiscutible, es -al fin y al cabo- poco más que repetirlo lentamente... Con un testigo de luna, que es poco más que una muestra de que en el cielo existe algo a lo que en otros momentos del mes llamamos "luna", la tierra, desde luego la tierra, la tierra misma, se ha vuelto niebla. Y, sin duda, la noche es negra y la niebla se extiende por los campos, pero el blanco que ve el poeta -blanco fantasmal- no sabemos cuánto tiene de flor blanca de soba y cuánto tiene de niebla, porque la niebla se extiende sobre los campos de soba como si siempre hubiera estado ahí, como si la flor desprendiese su albor al aire en neblina, o la niebla se hubiera condensado en flor, en millares de flores que se han envuelto en niebla como arropándose del frío de esa noche casi sin luna.
Vicente Haya
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