XVII. Fado del simio contemplativo
Hasta una almena del Castelo de Sâo Jorge se ha encaramado un simio contemplativo. A sus pies, la vieja Lisboa se acurruca, a un tiempo radiante y decadente, contra el medio mar que es ya el Tejo desembocando. Quiere confirmar a lentos trazos de vista lugares e itinerarios que recorrieron sus pies, también lentamente, en días pasados. Desde Baixa hasta Libertade, desde Alfama hasta Bairro Alto.
Lisboa es radiante porque la luz se hace hueco entre sus calles como un elemento arquitectónico más. En este día claro de invierno incide oblicua sobre las casas, iluminando tanto, tanto una faz como oscureciendo la otra. No es un rutinario caudal de fotones, la luz es como una especia esparcida sobre la urbe: le da matiz.
Y Lisboa es decadente porque se cae a puros cachos y está sucia. Pero la decadencia distingue. Para ser decadente ha de quedar patente lo mucho que se ha tenido y lo mucho que se ha perdido. Decadente no puede ser todo el mundo. Lisboa sí.
Radiante y decadente, ahí la tienes, desde Belém hasta Vasco de Gama.
Coloreando
el callejón en ruinas: ropa tendida. De ese formidable mosaico urbano llega hasta el castillo un murmullo grave y continuo. El cuerpo principal de ese sonido es el tráfico, y de él, de vez en cuando, sobresalen un bocinazo, un acelerón de una moto de gran cilindrada, un martillo hidráulico, otras herramientas funcionando, algún ladrido, pocos pájaros. ¿Provienen de algún lugar en concreto? No. De ahí. De la ciudad. De los seres que la pueblan y sus quehaceres.
En días pasados estuvo el simio entre ellos, caminando entre ellos. En una metrópoli así la tipología humana se agota. Se manifiesta desde el encorbatado ejecutivo hasta el harapiento semidesnudo, desde la viejísima asadora de castañas hasta la hermosa joven africana. El universitario, el caricaturista, la japonesa, los curritos, el bohemio, el repeinado hostelero portugués, el policía y el camello, la vieja maestra, el fashion victim... Para qué seguir. Están absolutamente todos.
Ahora no se ven, sólo se adivinan ahí abajo, en algún lugar del Rossío, o de Reconquista. Cada uno de ellos, a miles, a cientos de miles, esta mañana limpia y fría, bajo la luz atlántica que los bendice y entre fachadas desconchadas, sebastianismo (*) y saudade (**), quedan o pasan, librando su duelo particular con la vida.
Desde la almena contigua a la almena del simio, una paloma de pronto se precipita planeando hacia ese fascinante escenario, ese trágico paraíso, ese infierno precioso.
Luis Carril García
* sebastianismo: esperanza que se nutre de que el joven rey Sebastián no murió frente a los árabes en el s. XVI y un día volverá para salvar a su país y devolverle su antigua gloria.
** saudade: nostalgia de un pasado feliz y a la vez impotencia frente al tiempo que pasa. |