I. Del Moncayo al Fujiyama
¿Nunca habéis hecho esto de pequeños? Se trataba de echar una carrera. Uno de tus rivales llegaba antes que tú a donde se suponía que era la meta, se detenía y decía "¡gané!". Mientras tanto, tú seguías corriendo, ante la perplejidad de tu amigo y, unos metros más adelante, eras tú el que entonces se detenía y decías "¡no, gané yo, la meta era aquí!" Y aún era posible que otro participante, no conforme con no ser ninguno de los ya dos ganadores, a su vez dijese "¡ja, gané yo, la meta no era allí ni allá, era aquí!", y que la cosa siguiese hasta que hubiese el mismo número de metas que de participantes. El resultado de todo esto era que tratar de disputar cualquier tipo de carrera medianamente sensata se hacía imposible o exigía unas normas que incluirían ecuaciones de segundo grado como mínimo. Pero la verdad es que mi amigo era más rápido que yo. Y si volviésemos a echar otra carrera desde la salida hasta "mi" meta, me habría ganado igualmente. Para salir ganador yo tendría que inventar ya una tercera meta, y una cuarta y tantas metas como carreras disputásemos. Y lo cierto es que para echar una carrera sólo es necesario saber dos cosas: dónde está la salida y dónde está la meta. Vamos un poco más alla y pongamos por caso que los niños tienen tizas y las carreras se disputan en un patio de colegio: llegaría un momento en el que habría tantas rayas, tantas salidas y metas, que el patio del colegio acabaría con el aspecto de una pista de patinaje sobre hielo.
Lo relatado hasta aquí era un recuerdo. Pero a partir de ahora voy a imaginar, pero a imaginar de verdad, con mucha imaginación. Me imagino a los niños, en un impensable arrebato de sensatez, poniéndose de acuerdo: "No vamos a borrar todas las líneas, porque si no, no se sabe cuál es la distancia que hay que correr, pero tampoco vamos a dejar el patio así, todo rayado, porque si no tampoco se sabe cuál es la distancia que hay que correr".
Bien, amigos de El Rincón del Haiku, si me permitís seguir un ratito más poniéndome pesado con la parábola, diré que otros han pintado ya las líneas que hacen falta para la carrera -y a mí me da igual correr de aquí a allá que de allá a aquí, lo importante en este caso es correr lo más rápido que puedas-; yo hoy, humildemente, pretendo tan sólo borrar unas cuantas rayas de las que nos sobran.
Presumiendo que la mayoría de nosotros antes de llegar al haiku ha pasado por la poesía digamos "convencional", el asunto es tan sencillo como esto: un día, leyendo haikus, decidí hacerle caso de una vez por todas a cierto picor mental que me asaltaba a menudo en mis lecturas de haiku. Este picor consistía en una vocecilla impertinente, que estaba como avisándome de algo. Prestándole más atención, distinguí que lo que decía era más o menos "ya has leído antes algo parecido a lo que estás leyendo ahora, ya has leído antes algo parecido a lo que estás leyendo ahora...". ¡Pero cómo! Eso no es posible. Soy prácticamente un recién llegado al mundo del haiku, me dije para mí, o para la voz. "No en libros de haikus, no en libros de haikus", repetía la muy impertinente. ¿Y entonces dónde? Y, para mi enfado, la voz calló entonces, no dijo nada. Y me dejó así, pensando en dónde podía haber leído yo algo que pudiera parecerse a un haiku, pero sin ser en un libro de haikus.
La primera pista a seguir -era evidente- le llevó a uno a buscar en los libros de poesía. Pero, aún disponiendo de una biblioteca más bien modesta, con todo los libros de poesía no son pocos en ella. ¿Y ahora qué? ¿Qué autor? ¡Ahá! Es muy posible que a estas alturas muchos hubierais coincidido con mi elección: por muchos motivos Antonio Machado, ¿a que sí?
Amigos, ¿estamos seguros de que los libros no cambian? Yo no tengo la conciencia de haber cambiado. Y el libro que abrí lo había abierto antes muchas veces. Y sin embargo los poemas allí incluidos, sus títulos, ¿seguro que no habían cambiado?, ¿y lo que contaban? Naturalmente, esta disertación a lo Borges-de-barrio juguetea con la verdad. Claro que el que ha cambiado soy yo. Desde hace un par de años soy un haijin, aficionado pero un haijin.
Aún no he encontrado respuesta al típico reproche que todos le hacíamos al profesor de literatura cuando éramos adolescentes: "Profe, pero es que al hacer el comentario de texto de un poema se pierde mucha de la gracia". Supongo que estos comentarios de texto eran necesarios; algún profesor que he tenido los llevaba a cabo de manera amena e incluso brillante. Yo, por mi parte, carezco de toda autoridad para intentar establecer académicamente una relación entre el haiku y los poemas de Machado; además, suscribo aquello de que el mejor comentario que se puede hacer a un haiku es repetirlo. Y como haijin, aficionado pero haijin, os dejaré también que como lectores completéis el sentido de este artículo. Pero sí os propondré tres cosas. Os propongo que reflexionéis sobre las semejanzas entre un español del s. XIX y un japonés del s. XVII antes que sobre las diferencias, y sobre si con vuestras conclusiones se borra al menos alguna de esas dichosas rayitas de tiza. Os propongo que leáis estos maravillosos ejemplos extraídos de la obra de Antonio Machado. Tal vez muchos de ellos los hayáis leído antes (en esta página, en el apartado Antología del haiku en castellano tenéis ejemplos del mismo autor y similares a algunos de los que os ofrezco); dejad que los lea ahora el haijin que sois. Y contadme; esta es la tercera cosa que os propongo.
Y por último, me arriesgo a lanzar una conjetura: las musas hablan todas las lenguas, aparecen simultáneamente en varios puntos del globo y existirán siempre. La que acudió a las llamadas de Bashô y Machado en alguna ocasión fue la misma. Que disfrutéis:

AMANECER DE OTOÑO

Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor;
a la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos, caminando un cazador.


SOL DE INVIERNO

Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
"¡El sol, esta hermosura
de sol!..." Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.


APUNTES Y CANCIONES

2
La cigüeña absorta,
sobre su nido de ramas,
mirando la tarde roja.

3
Primavera vino.
Violetas moradas,
almendros floridos.

4
Se abrasó en la llama
de una velita de cera
la mariposilla blanca.


P.D.: ¿Alguien se atreve con la prosa haibun y Platero y yo?
Luis Carril García