XXIII. El estanque
Entre la frontera del aire y la frontera de la tierra está el estanque.
En medio del bosque, por senderos de antigua sombra se llega a este espacio de aguas quietas, donde se mueven diminutos peces incoloros y una que otra jaiba.
En su orilla lejana crecen helechos entre piedras de granito dulcificadas por el verdín y la humedad. Árboles frondosos ocultan el cielo y filtran la luz. El agua, como un cristal vivo que responde con tenues ondulaciones a la caída de las hojas, tiene el fulgor dorado del otoño.
Y yo, arrastrado por el viento, he llegado a sus orillas de suave limo y podridas ramas y me he quedado ensimismado en la clara profundidad del agua silenciosa.
El estanque.
Unas hojas sumergidas,
otras que flotan.
Día de campo.
El cesto de la ropa
con olor a hierba.
Rafael García Bidó