XXI. El montero
Era frecuente ver pasar los jinetes, mucho más que los vehículos de motor, por la llamada "calle de alante" donde yo vivía en el Ingenio Quisqueya.
Los comercios tenían en el frente pequeños postes de madera con argollas para que allí amarrasen las cabalgaduras. Pero aquel día, a media tarde, nuestros ojos infantiles fueron sorprendidos por el más extraño de todos los jinetes. Vestía de caqui, usaba sombrero, le faltaba una pierna y se acompañaba de trece perros. Llevaba una especie de vara que en el extremo tenía amarrado un machete.
No lo sabíamos, pero estábamos delante de un montero. Su estancia en uno de los negocios fue breve. Sorpresivamente como vino, se fue, levantando el polvo del camino, respaldado por su ejército de perros.
Después nos dijeron que se dedicaba a cazar puercos cimarrones.
La muchachada
no sabe qué decir.
Pasa la jauría.
Rafael García Bidó