XIX. Marzo
El clima en las islas de eterna primavera, en realidad, tiene dos períodos bien diferenciados: el de las lluvias y el tiempo de sequía.
La mayor parte del año la lluvia está presente en sus diversas manifestaciones. La de abril y mayo es una bendición. En verano y otoño una exageración, sobretodo si viene acompañada del viento concéntrico, huracán o tormenta, que daña los cultivos y las casas y la vida de los más pobres. La de diciembre y enero es mansa y pasa desapercibida en medio de las fiestas de fin de año.
El día exacto en que deja de llover nadie lo sabe, pero es en marzo que nos damos cuenta de que en el campo la tierra está agrietada, los humedales están secos y la yerba se ha tornado de un color rojizo.
Tiempo difícil para el ganado suelto en los potreros, por la escasez de agua y de alimento. En las montañas los pinares y los pajonales de los valles, también los campos sembrados de caña en la llanura, de cualquier cosa se incendian, azuzados por un viento de cuaresma que en los pueblos levanta en remolino el polvo y la basura de las calles.
Y marzo suele ser largo, largo. Tal vez porque promete primavera.
Que todo pasa
les recuerda el anciano
en la sequía.
Rafael García Bidó