XV. Esplendores de junio
Cuando fui a la escuela pública por primera vez él estaba en la parte oeste del patio. Una porción de sus raíces corría por encima de la tierra. Allí mismo majábamos sus vainas, que tumbábamos a pedradas, para sacarles las semillas e inventar otros juegos. En las tardes, por la ventana del aula, veía sus ramas, que no tenían mayor importancia para mí.
Más tarde descubrimos que sus capullos guardaban pequeños filamentos que nos permitían jugar a los gallitos. Cada contrincante tomaba en sus manos uno de estos filamentos terminado en una cabecita, se enganchaban las cabecitas y se halaba. Una volaba por el aire determinando la derrota.
Ya entrando en la adolescencia, fue cuando comencé a impresionarme con su fronda florida y a auscultar entre las vainas de mayo los primeros brotes rojizos.
Así, consciente de su belleza, según pasaron los años lo encontré no solo en los cuadros de Yoryi Morel y su infinidad de imitadores, sino en las carreteras de la India y en las afueras de El Cairo.
Compañero de juego desde mis primeros días, amable siempre, vistoso a veces, silencioso, generoso, hoy escribo su nombre, flamboyán, amigo viejo.
El flamboyán
enfrente de la casa
impide anochecer.


Nota: El flamboyán (Delonix Regia) es un árbol de sombra y ornamental de unos 5 a 10 metros de altura. Es uno de los árboles más coloridos del mundo. Su follaje verde brillante lo pierde en el período de sequía. Florece a finales de la primavera, llenándose del color rojo o rojo anaranjado de sus flores.
Rafael García Bidó