IX. Viaje relámpago al confín de la República (II)
En unos veinte minutos sigo a Partido y, luego, a Loma de Cabrera. La zona está marcada con resonancias de la Restauración de la República en el siglo XIX. José Cabrera era un insurrecto que después de hostigar a las tropas españolas se refugiaba en estas lejanas comarcas.
Voy por una carretera secundaria, algo deteriorada, pero con frondosos árboles en sus orillas. Cruzo el puente sobre el río Masacre que, en este lugar, más bien es un arroyo manso que fluye a la sombra del follaje. Más allá del cruce a Capotillo, cerro donde se proclamó la Restauración, la vía se puebla de casas de gente humilde, con frentes barridos y limpios, donde es posible comprar semillas de cajuil tostadas y dulces de leche, de higo o naranja.
Tranquilidad.
En el patio barrido
no hay una hoja.
De Loma de Cabrera regreso a Dajabón, donde visito otra escuela y doy una vuelta por el paso fronterizo: una gran puerta con el escudo dominicano, animación de comercio y gentes, y abajo el río, que es la frontera, donde mujeres haitianas lavan ropa en el agua que corre fresca y ajena a las demarcaciones políticas.
Río Masacre,
si lavaras las penas
como la ropa.
La ruta de Dajabón a Montecristi son unos 60 kilómetros de carretera casi recta, por unos campos semidesiertos donde en algún momento se divisa en el horizonte la imponente mole de El Morro, que veo por primera vez. Hago una parada técnica en el cruce a Pepillo Salcedo para orinar y tomar agua. Es más de mediodía, bajo los efectos de la temperatura se diría que el aire reverbera y el bosque seco se hace más inhóspito con su vegetación erizada de espinas.
Finalmente llego a Montecristi, antiguo puerto a orillas del Océano Atlántico. El liceo está a la salida de la ciudad, donde hay flamboyanes floridos de un color rojo-naranja. El cansancio acumulado se alivia al pensar que ya he realizado el trabajo proyectado y solo me resta regresar. Doscientos setenta kilómetros, y una parada para comer, me separan de Santo Domingo y de la seguridad de mi casa. Es media tarde.
En la autopista
la sombra del samán
es un relámpago.
Rafael García Bidó