V. Mediodía
La luz tan poderosa ha hecho replegarse hacia los troncos la sombra de los árboles, para allí ampararse del resplandor. El cielo es de un azul intenso y limpio, como debió de ser en el primer día del mundo. El aire se ha detenido y no se mueve una hoja. Sabrá Dios dónde están los pájaros, que hay este silencio inusitado.
Atreverse a salir ahora es ser escaneado por la luz sobre el asfalto caliente. El sol es una hoguera que deslumbra y los ámbitos clarean como recién salidos de un horno. Los metales reverberan como clarinadas y el mar, antiguo cómplice del azul, nada dice. Por eso se llama Caribe.
Sabrás ahora para qué la sombra de las enramadas y los patios que la modernidad amenaza. Y las mecedoras viejas después de levantarse de la mesa donde se sirvió la bandera dominicana (*). Y los cocoteros. Y la mata de almendra o de mango. Y el viento que se fue de vacaciones.
Ahora sabrás por qué es la hora de la siesta.
Mediodía.
Ni siquiera mi sombra
me acompaña.
Rafael García Bidó


(*) Así se llama a la comida más común entre los dominicanos: arroz blanco, habichuelas rojas y carne.