IV. Carta a una joven poeta sobre el haiku feísta

Estimada amiga:
Hace poco me hiciste una visita en la que hablamos de poesía japonesa. Navegamos por varias páginas web, comentamos la obra de algunos autores (no sólo clásicos) e intentamos aprehender (como el niño que alza sus manos hacia la luna) eso que llaman el espíritu del jaiku.
Recuerdo que saqué mi cuaderno de notas y te fui mostrando algunos ejemplos. Y recuerdo bien tu expresión ante varios jaikus "feístas", en los que aparecían excrementos, un retrete, alcantarillas, etc. Dijiste: "¡Qué trasgresor!". No tuve tiempo de contestarte a esa frase, pues en ese instante acudió alguien (estábamos en mi despacho de trabajo) y allí se acabó nuestra gratificante conversación. Ahora quisiera decirte lo que no pude entonces.
Al escribir jaiku feísta no quisiera trasgredir, epatar o escandalizar, sino plasmarlo de manera sencilla, casi transparente, al modo del maestro Bashô o fresca y divertida, como escriben algunos niños.
Escribir jaiku, para mí, es plasmar momentos libres y plenos, de comunión con todo, de amor tranquilo que se derrama sobre los seres vivos o los objetos.
Entonces, en ese estado de plenitud suave, puede ser que camine hacia el trabajo. Es un día de invierno. Miro al suelo y veo cómo la escarcha ha cubierto los hierbajos, las piedras y... unos excrementos. Esto es lo que quisiera decir. Pero surge un prejuicio: ¿le desagradará al posible lector? Y la inevitable tentación: ¿por qué no cambiar "excrementos" por otra cosa, quizá "matorrales" o algo que sume cinco sílabas y no huela mal?
También puede suceder que me encuentre en el retrete, tranquilo, en estado meditativo incluso. Podría llegar la cosa más lejos: que sintiese deseos de orar. Y el retrete en ese momento se convirtiese en un templo. Y viniese el jaiku.
Te voy a poner un ejemplo más claro. Hace poco, en el foro de la página Asfalto Mojado me encontré con una muestra extraordinaria de María del Mar Ordóñez Castro, "Maitia":
Fría mañana
La iglesia se ha llenado
de olor humano
¡Qué maravilla! La casa de las almas, de pronto, llena del olor humano de los cuerpos. Es algo animal, que nos identifica (la madre reconoce a la cría por su olor, el amante se enerva con el olor de su pareja). Las personas olemos. Y ese olor está conectado con nuestra intimidad, con algo afectivo, con nuestra alma quizá. La jaiyín percibió vivamente ese momento y lo plasmó en un jaiku hondo, tierno, que no deja de resonar en nosotros.
Entonces surgió un debate: ¿por qué no cambiar olor humano por olor a, digamos... flores?
Mi respuesta: por ser fieles al instante. ¿A cuento de qué cambiar una cosa por otra? ¿Es que el olor a flores es mejor que el de los cuerpos humanos? ¿Por qué rechazamos nuestro olor? Si eso fue lo que la poeta percibió, ¿por qué cambiar a última hora? Sus palabras, como diría Eckhart Tolle (1), fueron escritas en estado de presencia y por eso suscitan presencia en nosotros. Si hubiera escrito "olor a rosas" sería otro jaiku, pero no fruto de la presencia, sino manipulado por un prejuicio.
Bueno, y ya termino, que no quiero ponerme pesado con estas cuestiones tan sutiles, no quiero agotarlas y que pierdan su encanto.
Espero verte otro día y seguir hablando de jaiku, o de lo que quieras.
Te regalo uno de Issa, a modo de abrazo.
Cuando ella es joven
hasta una verruga
parece bella (2)
Frutos Soriano

(1) El poder del ahora, Eckhart Tolle, Gaia Ediciones

(2) Traducido por José María Bermejo