VII. Tina y la biología

Aquella noche, Tina estaba muy pensativa mientras cenaba sopa de letras, su favorita. Sus padres la miraron extrañados, pero no dijeron nada. Fue la abuela quien preguntó por fin:
— ¿Qué pasa que estás tan calladita, Tina?
No sé si puedo
hablar de lo que pienso,
aquí en la mesa.
— No será para tanto... -comentó la madre, con aire distraído.
— ¡Que lo diga!, ¡que lo diga! -insistió el padre, curioso.
Tina alzó una ceja y viendo que le daban permiso, exclamó:
En Biología
han explicado cómo
se hace el amor.
El padre se quedó boquiabierto mirando a su hija, quien le advirtió:
Se te ha quedado
una "jota" pegada
en la barbilla.
— ¡Pero qué cosas os enseñan en el cole! -protestó la abuela-. ¡En mis tiempos habrían expulsado al profesor!
— No te pongas dramática -repuso la madre sin darle importancia-. Ahora esas cosas se explican en clase. Cuéntanos, Tina.
Nos han mostrado
cómo lo hacen las ranas
y los caballos.
— ¡¿Los caballos?! –repitió el padre, congestionado.
— ¡Cálmate Fermín, que te sube la tensión! -advirtió la madre, palmeándole la espalda.
También han dicho
que gracias al amor
estamos vivos.
Tina siguió comiendo su sopa, hasta no dejar una sola letra. Después alzó la cuchara y señaló a su padre:
También vosotros
habréis hecho lo mismo
que los caballos.
La madre se metió en la cocina, porque le había dado un ataque de risa. El padre se levantó de la silla como si le quemara, y en lugar de rojo, se puso blanco.
— ¡¿Pero qué dice esta niña?! ¡Como los caballos! ¡Qué burrada!
— ¡Santo cielo! –exclamó la abuela-. ¡Se me ha atragantado todo el abecedario! Mañana mismo voy a ese colegio a poner una reclamación.
Pues el conserje
comentó que la abuela
está estupenda.
— ¡Esto es el colmo! ¡Menudo viejo verde!
De verde nada.
Yo creo que el conserje
es más bien negro.
— ¡Cállate, Tina! ¡Estoy harto de oírte! Cómete el postre y márchate a tu cuarto -dijo el padre encendiendo la tele y resoplando.
— Mañana iré a decirle un par de cosas a ese conserje... con lo correcto que parecía -amenazó la abuela abanicándose con la servilleta.
— Pues ponte bien guapa... -murmuró la madre sonriendo.
Tina frunció los labios con gesto malhumorado.
No entiendo nada.
Me hacéis hablar y luego
se monta el lío.
— No te preocupes, cariño -la tranquilizó su madre, acariciándole el pelo-. Iré contigo a tu cuarto y te explicaré algunas cosas.
— ¡Ni se te ocurra! -gritó el padre, autoritario-. ¡Que se lo expliquen en el colegio!
— ¿No ves que la niña tiene dudas? -protestó la madre-. No le han hablado del cuerpo humano.
Pero Tina respondió, abandonando la mesa.
No me hace falta.
Mañana nos dan clase
de Anatomía.
Susana Benet