IV. Tina en el mercado

— Acompáñame al mercado -dijo la abuela cogiendo un cesto.
Tina cerró su cuaderno de ejercicios y salió disparada hacia la calle. Se cogió de la mano de su abuela, pensando:
Qué divertido.
Prefiero ver lechugas
que hacer deberes.
El mercado olía a fruta, carne, pescado, verduras, encurtidos, especias... Tina se fijó en las hortalizas expuestas en enormes pirámides sobre un mostrador.
Pimientos rojos,
berenjenas moradas,
pimientos verdes...
— ¿Decías algo, Tina?
¡Cuántos colores!
En mi caja de ceras
no tengo tantos.
— ¡Qué gracia tiene su nieta para hablar! -comentó la verdulera.
— Es que habla en "haiku" -respondió la abuela con orgullo.
— No conozco ese idioma, pero me suena bien. ¿Quieres probar estas clementinas? -le ofreció a la niña.
Ahora me entero
de que estas naranjitas
llevan mi nombre.
— Vamos a por pescado, Tina -anunció la abuela, tirando de la manita de su nieta, que miraba sorprendida las naranjas.
La zona de las pescaderías olía, como es natural, a mar. Y también los colores eran distintos, había más negros, blancos y plateados. Además, todo estaba húmedo, pues los tenderos no paraban de lanzar agua y escarcha sobre el pescado.
Tina observó:
Entre el pescado
han plantado ramitas
de perejil.
Y a continuación descubrió algo curioso:
Esa merluza
se parece a mi profe
de matemáticas.
La tendera se quedó con la boca tan abierta, como las doradas que cubrían parte del mostrador.
La abuela se puso colorada como un salmonete, mientras Tina se fijaba en una mano peluda que se acercaba a su cesto. Sin pensárselo dos veces, dio un empujón al intruso, que resbaló sobre las húmedas baldosas y cayó al suelo tan blando como un pulpo.
— ¡Largo de aquí, Perico! ¡Tienes más dedos que un calamar! -voceó la pescadera, mientras el hombre se levantaba de un salto y corría hacia la salida.
Y luego añadió:
— ¡Qué lista es su nieta! Si no es por ella, usted se queda sin cartera...
La abuela, agradecida, besó la mejilla de su nieta y la llevó al puesto de chucherías.
Tina eligió una piruleta de fresa con forma de corazón y se la llevó a los labios, pensando satisfecha:
Mientras estaba
mirando los pescados,
pesqué al ladrón.
Susana Benet