De semejanzas y distinciones
Fue Ernest Hemingway, autor de novelas tan excepcionales como Fiesta, Adiós a las armas… o de cuentos como Los asesinos y Las nieves del Kilimanjaro, quien contribuyó a dar cierto impulso y peculiaridad al concepto de elipsis, también conocida como “teoría del iceberg”. Dicha característica presume que el texto, el cuerpo que conforma la narración, ha de revelar tan sólo una parte –visible como la punta de un iceberg que sobresale del mar- y dejar sumergido y a disposición del submarinista que es todo lector el noventa por ciento restante, que en esencia es el cuento. Este denominado “efecto iceberg” tiene una indiscutible relevancia en cuanto a todas las formas de expresión escrita en las que la brevedad sea fundamental como opción estética. En esta categoría de la brevedad, podemos incluir naturalmente el haiku, pero diferenciándolo de esas otras técnicas narrativas y líricas con las que parece compartir ciertas similitudes.
El cuento breve o, mejor aún, el microrrelato, debe insinuar su pujante caudal de posibilidades nonatas, del interior de esa panza sumergida y grávida de significados que es en cierta medida el propósito del efecto iceberg. Esa es una condición sine qua non para cualquier forma de narración caracterizada por la extrema brevedad. Y hay que tener en cuenta que, además de esa brevedad, existe otro puntal todavía más relevante en esos géneros en los que la brevedad es común; nos referimos a la categoría de narratividad. Fernando Valls, en referencia a la narración ultracorta, declara que ha de imperar la concisión, la elipsis, el dinamismo y la sugerencia (dado que no puede valerse de la continuidad), así como la extrema precisión del lenguaje, que suele estar al servicio de una trama paradójica y sorprendente. E incluso no exenta de intertextualidad, añadiría yo. Ciertamente un haiku puede llegar a compartir algunas de estas claves literarias; pero indudablemente también es cierto que un haiku no es un microrrelato. Desde esta afirmación ni la brevedad o concisión en el lenguaje de ambos géneros poseen el mismo parangón. Otra diferencia básica, además de la narratividad, sería el de la mínima intervención de los recursos literarios en cuanto a la expresión escrita. La no manipulación de un lenguaje –que en el caso del haiku es llano y directo- pero que algunos autores desearían que fuese no ya más ornamental o lírico sino también en provecho de una instrumentalización de los hechos o de la naturaleza. Es esa noción de narratividad la que no se cumple en el haiku a carta cabal. Pero del mismo modo que un haiku no es un microrrelato, asimismo tampoco podemos afirmar que un haiku trabaje la elipsis o el efecto iceberg de la misma manera que el cuento. No vamos a negar que existen muchas clases y puntos de vista del haiku y que puedan llevarse a cabo muchos experimentos con la forma del recipiente y sus tópicos diecisiete centilitros de sílabas. Pero cuando hablo de haiku me estoy refiriendo principalmente al haiku de naturaleza y ocasionalmente a un determinado tipo de haiku que designo como de acciones y gestos humanos; acciones o gestos que cualquier espectador podría advertir sin necesidad de que la expresión escrita aporte un plus de subjetividad más allá de la mera actitud observacional. Es decir, que el haiku, a pesar de lo que suele decirse, no es exactamente un arte descriptivo, sino más bien todo lo contrario. Tampoco negaré que la realidad –sea natural, objetual, social o personal– se compone de muchas caras: tantas como perspectivas o ángulos de visión que de un mismo objeto pueda ser descrito por un sujeto.
La ficción es otra de las condiciones inexcusables a tener presente en un microrrelato, a diferencia de lo que ocurre en el haiku, cuya condición esencial es la veracidad presencial de un suceso. En un microrrelato podríamos plantearnos la narración desde el punto de vista de un iceberg que termina de crearse por desprendimiento de un glaciar y que en su primer viaje a la deriva choca contra un inesperado y titánico monstruo de hierro sufriendo no solo graves desperfectos en su estructura sino su completa disolución y olvido. Dejando aparte esta pequeña broma que he intercalado sobre un posible ensayo de microrrelato, quisiera desarrollar un poco más la cuestión del pretendido “proceso descriptivo” del haiku.
Leticia Bustamante Valbuena, en su tesis doctoral sobre el microrrelato hispánico, señala algunos aspectos que vienen a cuento y que comparto hasta cierto punto, salvo cuando dice del haiku que su discurso es fundamentalmente descriptivo. Con la autora comparto la afirmación de que existe una gran y significativa diferencia entre haiku y microrrelato que se basa en el yo de la enunciación, y, por tanto, en la ausencia de virtualidad narrativa del haiku. Pero cuando señala que tanto Rosario Alonso como María Vega de la Peña consideran que haiku y microrrelato comparten muchas similitudes, tales como la brevedad, la sugerencia, la musicalidad o la recreación de un instante detenido (la cursiva es mía), no puedo estar totalmente de acuerdo por dos razones. Una es la ya mencionada ausencia de virtualidad narrativa en el haiku, y la otra se refiere a ese recrear un instante detenido; pues justamente esa supuesta similitud que compartirían ambos géneros, la de eternizar el momento, hace referencia en el caso de la narración y en rigor al concepto de lo descriptivo que personalmente no puedo admitir del todo en el caso del haiku. Acepto y comparto, pero sólo hasta cierto punto, que la autora de la tesis señale la distinción entre género lírico y narrativo y que nos informe de que algunos investigadores hayan apuntado ciertas concomitancias entre el poema y el microrrelato, de tal suerte que se hayan dado poemas narrativos así como microrrelatos con una muy débil narratividad (debilidad que podría deslizarse también en cierto tipo de haiku) pero con un fuerte componente lírico. Estoy plenamente persuadido de ello.
Respecto a la “recreación de un instante detenido”, no estoy de acuerdo porque si bien entendemos por descripción, en un sentido lato, la expresión por medio del lenguaje de las características de una persona o cosa, es obvio que un haiku entre 15 y 21 sílabas no da para descripciones. ¿Dónde estaría lo descriptivo en un haiku como este de Buson?: Ráfaga de invierno / Tropieza la mula / camino de regreso. El haiku es la captación intuitiva de un instante trascendente o significativo pero por otros mecanismos distintos al de la recreación. Rodríguez-Izquierdo nos dice que, en su máxima brevedad, el haiku es enteramente imagen, más bien esbozo, el impacto o la conmoción de un momento sentido en profundidad, pero así mismo desposeído de intelectualismo o de sentido sentencioso; y que por ese su sentido trascendente, la imagen es elevada a símbolo (añado yo que no entendido como emblema o alegoría); es decir, eternizar sensaciones concretas convirtiéndolas en símbolos vivientes de otras tantas visiones del mundo.
Entiendo que todo acto descriptivo activa en la imaginación del lector una impresión sensible, y que en la descripción lo descrito se paraliza fuera del flujo temporal, mientras que los sucesos de la narración se desarrollan en el tiempo. Podríamos decir que es una pintura hecha con palabras ya que genera la ilusión de algo vivido por medio de las propias emociones. Y asimismo es cierto que en el proceso descriptivo de la realidad entran en juego la percepción del mundo exterior a través de los sentidos corporales, pero igualmente una función reflexiva de interrogación y conocimiento, pues no sería suficiente con la observación sensorial del objeto. Sólo hasta aquí podría existir alguna semejanza con el poema haiku. Pero a continuación sería por tanto necesario una selección y ordenación de los detalles y finalmente una presentación de los datos, es decir, la descripción propiamente dicha por la cual se emplean gran número de recursos como son la profusión de adjetivos, imágenes –auditivas, táctiles, visuales, gustativas, olfativas-, comparaciones y metáforas… Y aquí sería donde terminaría cualquier parecido. Todo esto no es precisamente lo que en haiku se denominaría poesía de imagen. En haiku, como en la aproximación a la poesía pura, intuitiva, es algo que el poeta crea fuera de su propia personalidad y en donde la subjetividad del poeta debe quedar oculta, si bien identifica lo exterior consigo mismo. El haijin se coloca, por así decir, fuera de sí mismo para ofrecernos una poesía que es fruto de una coalescencia de sujeto y objeto en la unidad indisoluble de la sensación. A eso mismo se refería Otsuji cuando afirmaba que el poeta de haiku ha de ir al corazón de las cosas creadas y hacerse uno con la naturaleza. En la poesía lírica, sucede más bien justo lo contrario: el poeta utiliza lo externo para exponer su propia subjetividad.
El haiku, su trasfondo, no nos permitiría emplear la imagen del iceberg tan propia del pensamiento occidental y siendo, como sin duda lo es, una imagen sumamente interesante e ilustrativa por la finalidad para la que fue concebida: la de ilustrar la importancia de la elipsis. Ya nos refería Justino Rodríguez aquello de que para el occidental parece haber un ansia antinatural de seguridad, de apoyo, y que nuestro pensar presume de descansar sobre robustos pilares… Para los orientales, la cosa es bien distinta; la verdad no es algo pesado ni estático sino experiencial, requiere del contacto con las cosas, y estas consisten en un derramarse y fluir… Estoy seguro de que para un oriental también la idea de sugerencia, de elipsis, es semejante a la de vacío. No se les ocurriría pensar en una masa de hielo cuya panza, pesada y repleta de toda clase de contenidos, pueda llenar nuestra imaginación, no. La idea de sugerencia en un haiku sólo es posible si el contenido es vaciado, desalojado; de ahí que Roland Barthes nos hablara de la exención del sentido en el haiku; porque sólo si hay vacío puede darse la sugestión mediante la reticencia; es el vacío quien genera la forma.
Para finalizar, quisiera recordar de nuevo a Barthes, quien dijo que en el haiku desaparecen dos de nuestras funciones de la escritura clásica y entre paréntesis, milenaria. Por una parte la descripción y por otra la definición; sin describir ni definir, el haiku se adelgaza hasta la pura y sola designación. Es esto, es así, dice el haiku, es tal. O mejor -por su resonancia con Bashoo-, en el haiku, la imagen apenas esbozada, pincelada, reproduce el gesto indicativo del niño al mostrar con el dedo cualquier cosa, ¡esto!
Flores marchitas;
veloz entre las tumbas
la mariposa
José Luis Vicent