III. Oscuridad
Hace algunos días descubrí que en mi niñez seguramente me hubiera gustado ser operador del metro. Y lo hice porque mientras viajaba en el vagón delantero, me pareció escuchar la voz de un niño que decía: "... de grande quiero ser conductor del metro". Lo cual despertó mi curiosidad por asomarme en la ventanilla que da a la cabina, y una vez allí, entendí por qué.
cabina oscura
al salir de la curva
un tren regresa
Cualquiera que utilice el metro con cierta frecuencia, pronto descubrirá que se trata de otra ciudad. Digamos que es el negativo de la ciudad que se alza en la superficie. Allí, en medio de la oscuridad, cada estación tiene su atmósfera y personalidad, pues en cada una prevalece un tipo de gente. Y pese a que las autoridades se empeñan en lo contrario, también prevalece un tipo de luz que muchas veces torna irreconocibles las caras más conocidas. Es fantástico.
tren de medianoche
la oscuridad
es del túnel
Además, mientras viajo en el metro suelo imaginarme lo que podría estar ocurriendo en la otra ciudad: la de arriba. Y la idea que siempre me asalta es aquella en la que, al salir de la estación, el paisaje no corresponde con lo que espero. Como si los túneles adquirieran su propia ruta, y por ende, cambiaran nuestro destino con tal de jugarnos una broma.
velocidad
en medio del túnel
otro túnel
En fin, cosas que uno ve a través de la cabina. Algunos seguramente quedarían fascinados por las lucecitas que parpadean en el tablero de control. Otros en cambio, con el ruido que suele haber en los vagones. O tal vez nunca escuchen la voz de aquel niño y todo lo anterior parezca un sueño.
al filo del andén
pequeñita brilla
la otra estación
el tren donde viajo
se pierde en la penumbra
andén vacío
Israel López Balan