Haiku nº 7
鶫死して翅拡ぐるに任せたり
tsugumi shishite
hane hiroguru ni
makasetari
  Al morir, el tsugumi
dejó a sus alas
abrirse por última vez
  • Autor: Seishi
  • Kigo: tsugumi (ave)
  • Estrofa más probable: 6-7-5
  • Cronología: haiku contemporáneo
  • Clasificación: complicada
Sin conocer a las criaturas del haiku -sus formas, sus colores, sus costumbres...- es imposible que adquiera realidad cuando lo leamos: el pájaro será una abstracción de pájaro y el árbol una idea de árbol. Es difícil de creer que queramos conservar mediante el haiku un mundo cuyas criaturas no conocemos. En este caso, se trata de un tsugumi. Y ¿qué sabemos del tsugumi? Sabemos que es un pequeño pájaro de alas rubias, pecho moteado entre blanco y gris, y un lomo grisáceo que llega hasta el entorno del ojo y el plumaje del cráneo. Sabemos que en otoño baja desde las zonas montañosas del norte de Honshû y se dispersa por los lugares donde vive la gente; que a principios del invierno lo encontramos picoteando los frutos caídos por tierra en las montañas tranquilas; y que su carne es sabrosa (porque es un pájaro que se come). Así es el tsugumi, pero si no lo hemos tenido nunca cerca, si no hemos intuido su agudeza a partir de sus rápidos movimientos ni nos ha enternecido esa pinta feroche que le dan sus dos rayas blancas en la cara -como un tocado indio de guerra-, en definitiva, si no hemos visto jamás un tsugumi todo estos serán fríos datos que no nos aportarán nada. Naturalmente, el haiku puede comprenderse en esencia imaginando que le ocurre a cualquier otro pajarillo que nosotros conozcamos. Pero lo idóneo es situarse en la escena tanto como se pueda. No todos los pájaros despertarían en Seishi la misma impresión, ni tampoco en nosotros. Cuando conocemos el tsugumi estamos más allí. En el momento de la muerte, si es que es un haiku en que se habla de su muerte.
Hemos estado observando al tsugumi en su agonía. Ya puede considerarse un pájaro muerto. Y, entonces, de pronto, surge el haiku: las alas se abren solas. Se trata del primer movimiento después de la muerte. Ese tsugumi tras morir ha hecho un movimiento. Se abisma contemplando este hecho el alma del japonés, y con ella nuestra alma. Aware en estado puro. Ahora no importa si el que está en la escena es alguien que vive en el siglo XX como Seishi, o en la prehistoria misma de Japón. Porque el corazón del japonés cuando tiene el aware es un corazón prehistórico. En esos momentos, el conocimiento racional y la afición tecnológica del japonés desaparecen, y vuelve a ser el primer hombre que vió morir al primer pájaro. Quizá por eso los japoneses precisan del haiku. Necesitan volver a la prehistoria; necesitan descansar de sí mismos.
Volvamos nosotros también al haiku. Por complicado que resulte al neófito la clasificación en este caso, no puede ser un haiku de compasión. Habría compasión si la muerte fuera una desgracia en el mundo natural; si no fuera el horizonte mismo al que tiende todo lo que vive. El análisis tipológico tendrá que adquirir un sesgo distinto. Habrá que analizarse desde otro punto de vista: el del "haiku de lo sagrado". Ese pájaro está muerto, y sin embargo hace un movimiento. El poeta no lo esperaba y eso quiebra su pequeño mundo de certezas (vivo-móvil, muerto-inerte...). Seishi sabe que un movimiento es objeto de una voluntad. Pero ya sólo hay un cadáver ante él. Los muertos no tienen voluntad; la voluntad tuvo, por tanto, que ser previa a la muerte. En este punto concreto reside el acierto del haiku: en la elección del verbo principal. Makaseru es, en su sentido más primario, "confiar a alguien algo". La frase hane hiroguru ni makasetari significaría literalmente "confió a sus alas el encargo de abrirse". Makaseru también connota la idea de "permitir actuar a alguien según su instinto". Tras la muerte del pájaro, todo el peso de la responsabilidad recae en las alas. Las alas deben abrirse por última vez. Ya sin cielo, sin vuelo. Por apurar la condición de pájaro hasta el final.
Ya está. No hay más explicaciones. Tsugumi shishite... "Al morir el tsugumi", hemos dicho. La última voluntad de un pájaro que recae sobre sus alas, hemos dicho. Un último movimiento después de la muerte, hemos dicho. Pero, ¿acaso sabemos cuánto dura la muerte? Si la muerte se contenta con que no haya latido, respiración, movimiento, o si sigue matando mientras haya carne, mientras haya hueso... No sabemos hasta dónde llega la muerte o cuánto dura.
Vicente Haya