VIII. Padre
Coge semillas por la calle y luego las planta en macetas que destacan por su originalidad (casi su extravagancia) en el patio de luces. Desconoce el nombre de esas plantas de hojas asimétricas, peludas, casi tétricas, que en primavera crecen inusitadamente y dan unas flores milagrosas, bellísimas. Tiene un galápago al que llamamos "Lola", de la misma edad que su nieto, y dos periquitos con los que habla, echándoles a menudo piropos, silbidos y besos. No ha conseguido, por el momento, que críen, pero no ceja en su empeño.
Cuando tenía doce años hizo el estraperlo. Salía de la estación de Chinchilla con sacos de patatas y volvía con sacos de arroz, o viceversa. Subía al tren y viajaba hasta Valencia escondiéndose del revisor que, acaso, le esquivaba para no tener que bajarlo en la próxima estación. Se sintió hombre muy pronto y muy pronto comenzó a ser el espíritu libre que ahora se rebela constantemente contra las normas.
A los quince años (sin carné) ya trabajaba con los camiones. Uno de ellos le mutiló parte del pie y de ahí ese andar de pirata que le ha acompañado desde entonces. Sí, es un pirata. El camión ha sido su barco y el aire de la carretera no menos embriagador que el del mar. Como pirata ha bebido en tabernas ruidosas y ha peleado en ellas. Como pirata ha dormido de día y viajado de noche.
Una vez tuvo que parar el camión porque empezaba a dar cabezadas. Era de noche y aparcó al lado de la carretera para dormir. Al despertar se vio rodeado de tumbas. Otra vez se perdió en el barrio chino de París y un gendarme tuvo que guiarle por señas hasta las afueras. Otra vez se saltó el control de carreteras (había caído una nevada enorme) para ver nacer a su hijo.
Siempre ha sido un espíritu libre. De pequeño se subía a los árboles a coger nidos. Luego domesticaba a los pájaros, que se paraban en su hombro y comían de su mano. Si se descalabraba, no decía nada a nadie. Se iba a la cama y se dormía con la sábana empapándose de sangre.
Ahora pasea con su mujer por las mañanas. Hace la compra, la comida, baja al bar con sus amigos, ve todas las corridas de toros, llama a sus nietos por teléfono. No está dispuesto, como pirata, a dejarse vencer por enfermedad alguna. Sube y baja muchas veces los tres pisos de su casa y, si se constipa, se mete en la cama como cuando era niño, hasta que se le pasa.
He tardado mucho en comprender que es un pirata. De ahí que haya tardado tanto en perdonarle sus manías, que no son sino rebeldías de lobo de mar, de aventurero que siempre ha mirado al fondo de la carretera, al horizonte, mientras iban pasando llanuras, valles, montañas, playas, luces de ciudades, nieves, granizos, mujeres, bucaneros, palmeras...
Agradezco tener a mi lado a un pirata, vivir con él. Poder escuchar sus relatos (disfrutar con lo que cuenta y aún más con lo que calla). Tomar tranquilamente un café juntos. Temblar cuando ruge y se rebela...
patio de luces:
begonias y geranios
y una flor sin nombre
Frutos Soriano