V. Tío Ginés
Cuando me editaron Diarios de un holgazán, los textos dedicados a mi tío Ginés (él inspiró Papel de fumar, el segundo cuaderno del volumen) desaparecieron por sugerencia del editor. Se trataba de un poema introductorio y de un pequeño epílogo en prosa. Yo quise conservar al menos algo, a modo de homenaje, pero al final todo quedó en una breve nota de agradecimiento.
Sentí que quedaba en deuda. Por eso el 29 de octubre fui con mi tía Mari al cementerio de Chinchilla y, a la vez que renovábamos las flores en las tumbas de nuestros antepasados, llevamos a cabo este pequeño rito: en la tumba que acogía los restos de Ginés y de su madre colocamos, dentro de una hornacina, los Diarios de un holgazán, con el poema "Tío Ginés" pegado a la cubierta, y con el epílogo escrito en un folio e introducido en el volumen. Quedó así:
Era un día soleado, pese a la fecha:
sol de noviembre:
de una tumba a otra
hilos de araña
Limpiamos la lápida, en la que no había ninguna mención a mi tío, y sí un pequeño, sentido y solemne poema dedicado a su madre.
Nos fuimos en paz. Mi tía recordó al abuelo Paco, cuando decía: "Hay que visitar de vez en cuando a los familiares que murieron porque, si te olvidas de ellos, es como si nunca hubiesen existido".
Frutos Soriano




Anexo: textos incorporados al libro
Tío Ginés

Vestía eterna pana
y fumaba muchísimo, liando
lento, los cigarrillos

Se sentaba en el poyo largas horas
cuando hacía sol, en silencio

Vivió solo en la casa de Chinchilla
y tenía la piel curtida
de infinitos paseos por el campo

Leía
y sorprendía a veces
con ideas sabias, adelantadas

Excepto en las mujeres
(no se le conoció ninguna)
creo que me parezco a él en algunas cosas:
estos largos silencios, este sosiego en soledad,
este amor eremita por el mundo





Epílogo
He vuelto a Chinchilla, a la vieja casa familiar donde el tío Ginés vivió toda su vida. Se vendió, se reformó, y ya es otra. No he querido pasar a la nueva casa, para no desilusionarme. Sí me he sentado en el poyo donde él se sentó tantas veces, fumando e impregnándose de sol.
Parecía feliz en su soledad. ¿Lo sería realmente? Yo también me he soñado muchas veces (aunque la vida me ha llevado por otros caminos) así, viviendo en Chinchilla, en una vieja casa, paseando largamente al atardecer, en soledad plena, simple, gozosa. Como él, quizá. Por eso estos jaikus, fruto de la plenitud que producen ciertos paseos tranquilos, son para él, para el tío Ginés, a la vez que para mi sueño de eremita chinchillano.
Para él estos poemillas, en los que sentí la plenitud de hermanarme con lo más humilde: con el viento arisco, con las piedrecillas que nadie mira, con los bichitos sin nombre, casi invisibles en medio de la creación...
Una de las mejores personas que he conocido (José Sánchez Ramos, un cura cristiano y zen, que fundó una casa de oración cerca de Murcia) me dijo que el universo era sanado por las personas contemplativas. Acaso el tío Ginés (humilde, casi desleído por el sol) sanó más de una herida de todos con la dulzura de sus silencios. Dulzura que ha llegado hasta mí como un bálsamo en mi vida.
Solíamos regalarle picadura y papel de fumar. Este es también mi regalo ahora, con todo mi cariño.