II. Lagartijas que no huyen
Al abrir la biblioteca por la tarde, cuando se acercan los exámenes, me suelo encontrar con una cola de alumnos que llevan ya tiempo esperando para coger un buen sitio. Y casi siempre el primero de la fila es mi amigo José Luis, un abogado que usa la biblioteca para surtirse de material que luego utiliza en su bufete. Antes de empezar a trabajar charlamos un rato. Hoy le he comentado a José Luis que algunos de mis mejores recuerdos de infancia se refieren a momentos vividos en soledad: paseos por la ciudad nevada, expediciones al fondo de la despensa de la abuela, tardes tranquilas paseando sin rumbo por mi barrio (el crepúsculo al final de la calle)... Él, por su parte, me habla de los veranos en su pueblo de la sierra de Jaén, donde suele pasar mañanas y tardes enteras cerca del río, leyendo, o mirando una cascada, o cogiendo orégano (conoce un sitio donde crece en abundancia). Me dice que un día observó a una rana cazando una libélula: ésta volaba cerca y la rana lo intentó una, dos... diez veces... hasta que lo consiguió. Y me cuenta otra cosa excepcional: una tarde, cuando llevaba varias horas en uno de esos parajes idílicos, logró tanta tranquilidad que incluso una lagartija (uno de los animales más huidizos que existen) se le acercó a comer las migas de pan que le echó... Sus paisanos no le entienden, me dice, incluso lo consideran un tipo raro. Le preguntan si no se aburre pasando tanto tiempo solo. Él les contesta con gesto de extrañeza: "Pero ¿cómo me voy a aburrir? Llevo siempre un libro conmigo, a veces miro al cielo y veo volar un águila, o me paro un rato a escuchar el sonido del agua, espío a los animales, huelo las flores y plantas del bosque..." . Dice que los que sí suelen entenderle, son los "forasteros", muchos de los cuales envidian este tipo de vida. Yo le cuento a José Luis que un año estuve en la Casa de Oración del Desierto de la Paz, en Murcia. Cuando se celebraba la Eucaristía venía (todas las tardes, sin faltar una) una urraca, y se quedaban un rato parada, en silencio, como uno más de nosotros. Por otra parte, un amigo me contó que una tarde estaba al pie de un pino tan relajadamente que una ardilla bajó, se posó durante unos segundos en su cabeza y luego saltó al suelo. "A la gente le gusta el bullicio", dice José Luis. "Necesitan del ruido". "¿Y nuestros hijos?" le pregunto... Tan atareados con sus continuas actividades, ¿experimentarán alguna vez esta paz, esta unidad con la naturaleza? ¿Aprenderán que a veces es necesario aburrirse para lograr este estado de plenitud? El tiempo dirá. Se marcha mi amigo a echar un vistazo a la prensa de hoy. Yo me dispongo a comenzar mi tarea.
Sala de estudio
Todo el mundo callado
excepto el viento
Frutos Soriano