XXVII. La mujer en el haiku japonés (II)
En el tránsito del s. XVIII al XIX y en el mismo s. XIX, hay figuras de escaso relieve en el haiku femenino, como Seifu-jo (1731-1814), Koyuu-ni ( -1782), Sogetsu-ni ( -1804), Kikusha-ni (1752-1826) o Tayo-jo (1772-1865). Veamos una muestra de esta última:
iki sugite
ware mo samui zo
fuyu no hae
Viviendo años de más,
también yo siento frío,
cual la mosca de invierno.
Tayo-jo fue una mujer que vivió muchos años, y se hizo sensible al frío y a la vejez, circunstancias que cantó en comunión con la naturaleza.
Del gran poeta y crítico Shiki (1867-1902), quien renovó el panorama del haiku en su tiempo, nos han quedado pequeños retratos significativos, como este:
shimogare ya
kyoojo ni hoyuru
mura no inu
Desolación de invierno:
ladra un perro del pueblo
a alguna loca.
Ladridos en la distancia…¿a qué vienen? En un pueblo todo el mundo se conoce, y no resulta difícil adivinar que una pobre loca anda suelta. De nuevo la enfermedad, esta vez psíquica, que también ronda a la mujer. Tal vez no sea bello, pero es significativo.
Entre los discípulos de Shiki podemos mencionar a Kyoshi (1874-1959), por su impresionante obra, y por habernos dejado a su hija Tatsuko (1903- ), la cual abre un periodo de nueva floración de mujeres haijin. Veamos un haiku suyo:
daibutsu no
fuyubi wa yama e
utsuri keri
El sol de invierno
desde el Buda se mueve
a la colina.
Parece ser que se trata del Gran Buda de Kamakura. El sol va pasando desde la santa imagen a sacralizar el paisaje con su contacto.
Citaremos también a Yorie (1884- ), muy estimada por Shiki; perteneció a la escuela de Kyoshi, y de ella dijo la crítica: "de colorido tenue, y exquisita".
neko no me ni
umi no iro aru
koharu kana
Ojos del gato:
color de mar en ellos
al sol de invierno.
Es pura observación, llena de cromatismo, lozanía y sentido de la naturaleza, que Yorie capta en algo tan concreto como los ojos de un gato.
Hisajo (1890-1945) encabezó un grupo de mujeres poetas, donde estaban Yorie, Midori-jo, Seijo, Aoi, Shizunojo. Suyo es este haiku, rebosante de sensibilidad femenina:
usumono ni
so tooru tsuki no
hadae kana
La luna cala
por mi ropa ligera
hasta mi piel.
El propio vestido se le hace ligero; parece transparentársele a la luz de la luna.
Midori-jo (1886- ) fue también discípula de Kyoshi, y escribió en la famosa revista "Hototogisu" ("El cuco japonés"). Veamos un haiku suyo, afín al ya citado de Chiyo (grf 10):
aki no choo
yama ni watashi wo
oki sarinu
Mariposa de otoño,
que me ha dejado sola
entre los montes.
Takako (1899-1965) aprendió haiku con Kyoshi y Seishi. Se expresa así:
yameru te ni
nosete fuji-busa
amari keri
En manos del inválido
un ramo de glicinias
es mucho ramo.
Es la compasión rectamente enfocada, con el sexto sentido femenino. Si el enfermo en cuestión no puede tenerse en pie, ¿a qué viene ponerle en sus manos un ramo de flores, por muy bellas y olorosas que sean?
Por ser un canto contenido y hermoso a la libertad, y por su afinidad con el waka citado al principio, no me resisto a dejar de citar este poema de la haijin Awaji-jo:
tsutsumashiki
sugata ni hito no
mugi wo maku
Humilde el gesto
de quien siembra los trigos
para otro dueño.
El sembrador puede ser un hombre o una mujer; no hay datos en el texto sobre su sexo. Pero quien ha advertido su gesto sumiso y ha dado fe del mismo poéticamente, ha sido una mujer, ya muy cercana a nuestro tiempo.
Para terminar, me gustaría cerrar con la mención de Madoka -Mayuzumi Madoka-, joven mujer contemporánea, abanderada del haiku en el Japón actual. Siguiendo las rutas de Bashoo, ha caminado por las Sendas de Oku para escribir un libro de haiku y prosa que rememore al gran maestro: La, la, la, Sendas de Oku. También ha tenido la gentileza de venir a España para hacer el camino de Santiago; y su peregrinaje se ha plasmado, asimismo, en un libro: Hoshi no tabibito ("caminera de estrellas"). De este libro citamos el siguiente haiku, que brota de una experiencia fresca y viva:
tsue no oto
sumire no hana ni
kite tomaru
El bastón suena
pero al ver las violetas
se ha detenido.
Con sentido reverencial, el bastón peregrinante de Madoka se ha detenido ante las violetas silvestres. Desde Bashoo a Madoka, también nosotros hemos hecho nuestro pequeño peregrinaje, y ahora nos detenemos con ella, transidos de amor y respeto, para poder saborear esa voz de la mujer japonesa que nos habla en el haiku: conscientes de que, al escucharla a ella, la queremos más.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla