XVII. El color en el haiku (II): Metáfora
Pero entremos en el dominio metafórico de los colores. Sabido es que los artistas japoneses clásicos de sumi-e (aguada monocroma) muestran una predilección por el negro, y por las tonalidades grises que ofrece la gama transicional del blanco al negro. Mediante estos colores tratan de reflejar toda la variedad cromática del mundo, en cierta complicidad con el espectador. Hay ahí un innegable valor de transposición, que se ha hecho más patente en nuestro mundo a partir de cierta anécdota del cineasta norteamericano Orson Welles, de quien se dice que, para su película shakespeariana "Campanadas a medianoche", rechazó deliberadamente el Technicolor y eligió el blanco y negro "debido al valor metafórico del negro".
La poesía japonesa es también muy dada a querer comunicarse mediante algo equivalente a una aguada monocroma. Como ejemplo de gusto por el color blanco, citemos a Bashoo; quien, yendo de viaje a Nagoya, pasó cerca de Kuwana y visitó aquella playa poco antes de amanecer. Los pescadores descargaban sobre la playa blancos pescaditos:
akebono ya
shirauo shiroki
koto issun



Crepúsculo al alba:
el boquerón es cosa
blanca, que mide un sun
Un sun equivale a 3,787 cm. La luz auroral ha reducido -o enaltecido- al boquerón a la categoría de "una cosa blanca" de dimensiones minúsculas, Diríamos que se ha atenuado su plata, para quedarse la descripción en un calificativo de color más acorde con su propio nombre japonés, donde entra como ingrediente el blanco: shirauo o "pez blanco".
En otro orden de cosas se sitúa la apreciación del color negro como elemento metafórico, o bien como paradoja. Así, hay un juego simbólico del negro con el blanco en Tadatomo (1624-1676). En la ciudad de Edo (Tokyo de entonces) se conoció a este poeta como "Tadatomo del carbón blanco", merced al siguiente haiku suyo:
shirazumi ya
yakanu mukashi no
yuki no eda



El carbón blanco:
que fue antes de la quema
rama nevada.
El carbón blanco se usa a menudo en la ceremonia del té. Parece paradójico que algún carbón sea blanco; pero todo carbón vegetal proviene de una rama, y su color puede depender del tratamiento dado a la combustión. En todo caso, tal rama alguna vez habría estado recubierta de nieve en invierno. El carbón del té realiza así, simbólicamente, el imposible de "volver a la rama" de origen, a través de su nívea blancura.
El carácter paradójico del blanco y negro queda de relieve en el siguiente haiku de Tokugen (1558-1647):
nan to mite mo
yuki hodo kuroki
mono wa nashi



Por mucho que se mire,
nada hay que sea tan negro
como es la nieve.
Parece la respuesta a un kooan, o enigmática pregunta hecha para suscitar la iluminación búdica del Zen. Diríamos que, a base de intelectualización, al poeta se le ha pasado aquí de rosca la tuerca idiomática, para llegar a decir lo contrario de lo que se observa, negando así la experiencia. Pero tampoco es la paradoja un fenómeno ajeno al haiku.
Colores internalizados, vivos en lo más íntimo de las personas, cuyas irisaciones entrevemos en el siguiente tanka de Komachi (Antología Kokinshuu, vol. XV):
iro miede
utsurou mono wa
yo no naka no
hito no kokoro no
hana ni zo arikeru



El color invisible
que se marchita
mora en las flores
del corazón de alguien
de este mundo.
Por si cada uno de nosotros es ese "alguien", dan ganas de formular un deseo: que jamás dejemos mustiarse esas flores del corazón.
Fernando Rodríguez-Izquierdo y Gavala
Universidad de Sevilla