Haiku nº 13. Autor: Bashô
桐一葉日当たりながら落ちにけり
kiri hito-ha
hi atarinagara
ochinikeri
  Una hoja de paulonia
mientras le estaba dando el sol
cayó
Incluso el lector menos familiarizado con las claves más íntimas de la cultura japonesa será capaz de adivinar en este haiku un algo misterioso, extraño, y si se quiere hasta espeluznante. Pero, más todavía, si sabemos que para el japonés la realidad sagrada por antonomasia es la luz, principal manifestación del sol que sobre el mundo se traduce en vida. Donde hay luz hay vida. E incluso antes de constatar la utilidad de la luz, ésta es ya maravilla ante los ojos de alguien puro; la luz es presencia divina en sí misma. No por casualidad los objetos sagrados del Shinto -el espejo, la joya y la espada- son los capaces de reflejar la luz. Japón es una apariencia de civilización tecnológica sobre un corazón extraordinariamente arcaico al que todavía afecta lo que brilla o lo que se mueve, como sucede a los miembros de las sociedades más primitivas. Japón entra muy tarde en la Historia, en el siglo VI después de Cristo, y vive su decurso histórico relativamente aislado del resto del mundo por su carácter insular, no siempre igual de cerrado en sí mismo pero sí siempre tratando de crear una identidad frente a lo exterior. La tradición en Japón es clave de supervivencia. Y dentro de esta tradición se conservan bastante vírgenes los asombros mismos del hombre "prehistórico" que cantó en el Manyô-shû a la Naturaleza. De este Manyô-shû aprendió el haiku. Así que tenemos en pleno siglo XXI en forma de haikus asombros elementales como el que tiene el hombre natural por lo que relumbra, como es ahora el ejemplo.
¿En dónde reside el misterio de este haiku cuando se lee desde la cultura nipona? En que se nos habla de una hoja que, mientras está siendo bañada por la luz, cae, muere. La luz está indisociablemente vinculada a la vida, porque la luz supone calor de vida. Pero "esa hoja" ha caído muerta, y ha caído de verdad, ante los ojos del poeta, mientras le estaba dando el sol, mientras estaba siendo irrigada en vida. Hay una pregunta silenciada al final de este haiku; es un "¿por qué?" que el poeta no se atreve a verbalizar y que el lector japonés no se atreve a decir que ha oído con toda claridad. Pero ahí está el haiku en forma de enigma, en forma de mazazo, de afrenta a una religiosidad tradicional que sólo entendió que la vida se componía de vida, dejando al margen la muerte, como si la muerte no fuera parte de la vida.
Vicente Haya