Haiku nº 8. Autora: Chiyu
起きざまに露ふるひけり草の鹿
koraekanete
kuzururu yuru no
botan kana
  Incapaz de aguantar más
la noche se rompió
para la peonía
Un haiku puede tener muchos niveles de interpretación, pero no suele tener una doble lectura. Es decir, que parezca que se está hablando de una cosa y realmente se esté hablando de otra. No me agradan los haikus que tienen dobles lecturas; y no es frecuente que existan. La primera interpretación que hicieron los orientalistas del haiku se basó en valorar las posibles dobles lecturas de los poemas. El haiku era valioso porque no hablaba de lo que aparentemente hablaba sino de otra cosa que había que averiguar proyectando sobre él todo nuestro conocimiento sobre las simbologías de la cultura oriental. Pero no era verdad. El haiku tan sólo te cuenta algo que ha ocurrido ante la mirada atenta del poeta. Lo importante no es desentrañar de qué es metáfora aquello de lo que se habla, porque no hay metáforas en el haiku, sino por qué es importante eso que se te cuenta y que se comprende sin más.
Pero me temo -y por eso he seleccionado este haiku- que estamos ante una excepción. También me interesan las excepciones porque un mundo necesita una nada que lo rodee. Más, si nos referimos a algo que, como parte de lo real que es, evoluciona a tanteos: prueba-error, prueba-error. Todo lo que queramos demostrar en materia de haiku podemos demostrarlo, con tal de saber encontrar las excepciones que avalen nuestras teorías.
¿Por qué este haiku es una excepción? No niego que Chiyu viera lo que refleja el poema, pero me parece que la poetisa está hablando de sí misma. Ella misma es la peonía que está durante esa noche en su esplendor (¿esperando qué o a quién?) y al alba, vencida por el paso del tiempo, se rompe. Lo creo porque el verbo kuzureru (hacerse trizas) es muy raro para hablar de la caída de una peonía. La peonía de verdad (porque yo creo que sí hubo una peonía ante Chiyu, hasta ahí podían llegar las cosas), acompañó durante la noche a la poetisa en su insomnio y fue vencida por el rocío de la mañana.
Vicente Haya