Haiku nº 4. Autor: Kikusha
雲霞呑みつ丶越ん菊の山路
kumo kasumi
nomitsutsu koen
kiku no yamaji
  Engullendo nubes y brumas,
atravesar el camino
de la montaña de los crisantemos
Lo primero que se entiende en japonés es que el poeta habla de una tercera persona. En seguida, uno se da cuenta de que en realidad el poeta habla de sí mismo. Estamos, pues, ante un "yo" inusualmente fuerte: decidido y firme a conseguir el propósito que nos anuncia (koen significa "dispuesto a atravesar").
Normalmente, el haiku japonés tiene -como el hombre que lo fabrica- un enorme sentido de la humildad. La palabra del japonés es precisa, su promesa cuidada, su declaración de intenciones trata más bien de quedarse corta. Digamos que Japón es un mundo ordenado a partir del autocontrol y la modestia. Este poema podría parecer en una primera instancia una excepción a la regla. Se nos presenta como un haiku pretencioso, grandilocuente, donde el poeta anuncia lo que no puede hacerse, con una voluntad de ejecutar acciones de alcance cósmico, como si -en este caso- en lugar de un fotógrafo de detalles inapreciables el haijin fuera un chamán exorcizando la existencia de sus enfermedades… "Engullendo nubes y brumas, voy a atravesar…". Parece como si el autor hubiera dejado de ser japonés, o fuera un gigante, o estuviese borracho, o loco, o desesperado, o todo a la vez.
Es un haiku que, insisto, aparentemente, chirría dentro de un orden japonés del mundo; orden fabricado a partir de dictados claros, como el de: "yo, como individuo, no soy nada, no puedo nada, no aspiro a nada". Pero, sin embargo, una vez que lo consideramos desde otro punto de vista, el del kamikaze, el del atatte kudakeroo ("rompámonos contra nuestro objetivo"), cuadra bien en lo que es el orden de valores del japonés. Este haiku se nos revela como si fuera respuesta a alguien que se hubiera atrevido a dudar que el viaje por la montaña de los crisantemos podía hacerse. "Puede hacerse -responde el poeta-, así tenga que tragarme la niebla e incluso las nubes y despejar así el camino...". Respecto al sentido de que el poeta se haga este firme propósito, más que llegar a la belleza de los crisantemos (que sin embargo cumplen su función en el cuadro general del haiku), me da la impresión de que el poeta se halla en shugyô (entrenamiento ascético).
El haijin -en este caso como en muchos otros- es un místico, que se sabe un hombre universal, una parte más del universo, y sólo en tanto que tal nos hace partícipes de su proyecto desmedido, como si el volcán nos dijese cuándo va a hacer erupción y qué efectos ha decidido tener. Del mismo modo, la actitud del poeta en este haiku -"tragándome las nubes y la bruma"- es más propia de un kami viviente que de un hombre de carne y hueso.
Cualquiera que haya visitado el País del Sol Naciente sabe que los caminos de montaña -por lo general- no son practicables. El de Japón es un tipo de bosque espeso cuyo ramaje va constituyendo un falso suelo por el que no se puede andar. Pero el poeta es como un viento divino que quisiera y pudiera y, de hecho, fuera a atravesar los caminos de montañas, al precio que sea, así fuera dejándose a jirones por los ramajes...
Vicente Haya