XIII. Lo que el viento dejó
Existe algo en el mundo del haiku y sus derivados que es un tanto difícil -que no imposible- de dominar para nosotros los occidentales: la conexión invisible.
En materia de haiku esta conexión invisible se puede ubicar en el momento que una imagen cualquiera se yuxtapone a otra y el resultado nos produce algo que no ha sido escrito. En este sentido, esa conexión es un poco como el viento: no se puede ver, pero sí sentir. A veces tales conexiones son muy personales, e incluso pueden pasar totalmente desapercibidas en relación a lo que el haijin trae en mente hasta que alguien más -el lector- da a conocer su parecer. Pero siempre están ahí.
Lo anterior ya se puede encontrar en los orígenes del llamado renga cuando cada participante buscaba "encadenar" sus versos según una métrica preestablecida, y de tal manera que aquello que quedara flotando entre ambas participaciones estableciera el puente sutil necesario para poder continuar con el juego.
También se podría decir lo mismo en relación al haiga y al haibun, en donde mediante pintura y prosa, respectivamente, lo esencial ha quedado oculto para los ojos, pero no para el corazón en el momento en que el haiku es develado.
día de invierno
en el parque
estatuas desnudas
Israel López Balan