IX. Orificio por ventana
El segundo semestre de las clases de arquitectura que imparto comienza con el fascinante ejercicio de oscurecer totalmente el salón de clases, para ver qué ocurre cuando se destapa una perforación en el plástico negro que cubre una de las ventanas.
El ejercicio implica volver a ciertos recuerdos de la infancia, en donde el profesor de ciencias naturales nos solicitaba una caja de zapatos con el interior pintado de negro, a la cual se le hacía un orificio con un alfiler para ver cómo ese diminuto haz de luz era capaz de reproducir el exterior en el interior de la caja.
Acá el fenómeno es reproducido a una escala mayor y con el objetivo de exponer lo fundamental que es la luz para comprender el espacio arquitectónico. Para ello, todos los integrantes del grupo trabajan en la cuidadosa labor de bloquear cualquier fuente de luz externa que pueda impedir la correcta visión del fenómeno. Una vez asegurados de que ni un solo haz de luz penetra el salón de clases, los invito a tomar asiento, guardar silencio, y esperar a que su mirada se adapte lo más posible a la oscuridad. Lo cual casi siempre ocurre cuando una serenidad muy especial se ha apoderado de todos. Es en ese momento que muy lentamente levanto el pedacito de cartón que tapaba la única apertura en todo el salón, y la magia ocurre.
Debido a la trayectoria rectilínea de la luz que rebota en todos los cuerpos, inmediatamente se puede observar el exterior del salón proyectado al revés sobre el muro opuesto al orificio. Digamos que esa pequeña apertura se convierte en una gran ventana, pues el cielo, las nubes, los árboles, los postes, las antenas..., todo aparece perfectamente definido en la imagen proyectada. Incluso cuando cruza un avión la exclamación de asombro es casi unísona, ya que gracias a la velocidad de la luz se puede tener la percepción del movimiento en la imagen.
Al final, cuando el alumno más cercano al apagador logra encender la luz, ninguno de los rostros es el mismo. Algo cambia y nos deja claro que en el fondo no vemos ni muros ni techos, sino la luz que estos reflejan. A falta de luz no hay arquitectura ni nada, sólo un enorme vacío sin límites que los alumnos experimentan en total calma.
cuarto oscuro -
a través de un orificio
el mundo exterior
Israel López Balan