VII. El frío de la luna
Para Adriana y sus manos



Allí estaba el Zócalo. Nunca antes lo había visto en su real magnitud. Espacio virgen y sombrío. Enorme y maravilloso. Nadie lo tocaba, y salvo algunas pisadas que afinaban los últimos detalles, el Zócalo estaba listo para atestiguar lo que pocas veces había logrado: la eternidad.
Nosotros llegamos muy puntuales a la cita. Hicimos fila en medio de la oscuridad. Escuchamos y seguimos al pie de la letra las instrucciones que nos daban. Si nos teníamos que sentar, nos sentábamos; si nos teníamos que parar, nos parábamos. Arriba, testigo fiel de todo: la luna.
Mientras más personas arribaban al borde del Zócalo, el frío comenzaba a mezclarse con nerviosismo. Aquello empezaba a tomar las dimensiones esperadas. Incluso, un poco más... mucho más...
El artista apareció en lo alto de una escalera, y entre risas de incertidumbre las instrucciones fueron dadas. Estábamos en una carrera contra el amanecer. Contra el sol. Aunque la luna también seguía su curso.
Todo estaba listo, y de pronto, en un conteo regresivo que duró un suspiro, el murmullo de la multitud creció y creció a la par que el frío se colaba entre piernas, brazos y sexos. Totalmente desnudos corrimos hasta al centro de la plaza. Todos como recién paridos, pero en vez de llorar, gritábamos y saltábamos. El zócalo había parido humanidad.
Después llegaron las posturas. El arte tenía que aparecer frente a la cámara del artista. Tocaba acostarnos sobre la plaza con la cabeza apuntado hacia el asta, que al no tener bandera parecía más alta. Casi infinita. Primero las manos, después las nalgas y así el frío de la plaza se fundió con el frío de nuestros cuerpos. Con el frío de la tierra donde la inmensidad hizo su aparición: el cielo...
El tiempo se detuvo, o más bien, desapareció... fuimos uno solo con todo... desnudos. Tal como somos. Como la luna, como el sol, como los pájaros... como todo.
Al otro día, todos hablaron de lo mismo. Dato curioso: la temperatura fue de 22°C. Comprendí por qué había temblado tanto. No por frío, sino por la dicha de contactar la tierra donde he nacido, donde he crecido y donde moriré...
desnudo masivo -
en lo alto
la luna tal como es
totalmente desnudos
sobre la plaza
el vuelo de los pájaros
Israel López Balan