XXVIII. El resto
Es lunes y la plaza, la pequeña plaza del pueblo, parece que amanece exhausta. El fin de semana acogió nada menos que un desembarco. Los habitantes de la zona recuerdan cómo se fajaron para defenderla, hace ya siglos, de las acometidas de unas fuerzas invasoras. Al albur de tal efeméride se aprovechó para montar un mercado medieval. Y las autoridades la transfiguraron. Todo lo que pudiese parecer moderno en ella se ocultó, se le colocó algo que parecía antiguo encima. El kiosco tuvo un par de días por letrero un escudo, con dos dragones y un rayo en medio de ellos. La fachada de una casa en rehabilitación, un mural que figuraba un palco de un torneo. El suelo de la calle, paja. El perímetro de la plaza fue ocupado por un círculo concéntrico de tenderetes. Dentro, los feriantes realizaban trabajos artesanales, dibujaban tu nombre con letras góticas, te daban de comer. Todo en el fin de semana. Ahora, los que aún quedan, están vacíos, y el torreón de cartón piedra erigido en torno a un poste de la luz parece algo absurdo.
Hoy es lunes y la vida del siglo XXI no puede pararse demasiado. La plaza, como que se deja hacer con mansedumbre, y los operarios municipales se emplean en desmontar todo, en limpiar todo. Son las 8 de la mañana y deben tener prisa: el trabajo está medio hecho. Los que desmontan, básicamente se ocupan de retirar todo vestigio medieval, devolviendo a la plaza su aspecto contemporáneo. Me viene a la cabeza la imagen de una mujer cuando se desmaquilla. Los que limpian se enfrentan a un pudding de desperdicios: confeti descolorido, algunos vasos de plástico, rifas rotas que no tocaron. Se afanan si cabe más que los que desmontan. Ese gorrión que picotea con avidez un trozo de pan debe de opinar lo mismo. En poco rato, para cuando el pueblo despierte, tendrá su plaza impoluta, como el viernes. O eso pensaba yo, mientras la cruzaba para llegar al café en donde desayuno a veces. Pero de pronto supe que un resto, paradójicamente delicioso, perduraría aún un tiempo después de que los operarios dejasen la plaza.
Se fue la feria.
Por aquí estuvo el puesto
de las especias.
Luis Carril García