XV. Que se besen
-Eu queríame casar.
Miña nai, non teño roupa.
-Casa, miña filla, casa,
que unha perna tapa á outra.


(Canción popular)
Las mesas están dispuestas en forma de "u", con lo que todos podemos vernos. También hablarnos (gritarnos) en una absoluta cacofonía de diálogos entremezclados. ¡Qué jolgorio! También apuntarnos con trocitos de pan o corchos de botella, dispararnos y luego aguantar la risa y disimular. ¡Que se besen, que se besen! El comando camarero ha trabajado sin tregua, pero ahora, que están quitando ya los últimos platos, su ritmo se ralentiza. Mientras unos hacen eso, otros van sirviendo ya postres, cafés y chupitos. En un rincón del salón, una chica y un señor con unos teclados anuncian que va a comenzar la sesión de baile. Los padrinos reparten puros y rubio americano. Los primitos aprovechan para presentarse en público como fumadores, mostrando una falta de experiencia fingida, como podrían asegurar sus profesores de secundaria. Son de los primeros en rodear a los músicos y bailar, después de los novios y su vals. Las primas mayores, que en ocasiones no se han visto desde que eran jovencitas y salían juntas cuando en verano las unas iban al pueblo de las otras, se enseñan a sus retoños. ¡Que se besen los padrinos, que se besen! La gente se levanta y comienza a abandonar los asientos en los que han permanecido durante el convite, unos para bailar también, otros para juntarse en otros grupos. En uno de ellos estoy yo. Es el más alejado de la pista de baile. Después de tan copiosa comida (y bebida) brotan con más fluidez los cariños familiares y las bromas. Y las canciones. Mi grupo se cierra en torno al tío M., que canta y hace sonar una botella de anís con una cucharilla. Lo acompañan más voces y más nudillos y cucharillas sobre la mesa (el mantel, de papel, se rompe allí donde el ímpetu del percusor es mayor). La música de pachanga no se atreve a llegar aquí.
"A saia da Carolina", "A Rianxeira", "Un cantar miudiño". Estas canciones me fascinan. No sé cuándo las aprendí: las sé desde siempre. Las sabemos todos desde siempre. "E pousa, pousa", "Ó pasar por Camariñas", "Eu queríame casar". Nadie sabe quién es su autor, ni importa. Se cantan cuando se es feliz.
R. ha ido a buscar algo al coche, y vuelve con una guitarra. El público aplaude el suceso, pero no está muy afinada y queda ahogada cuando el tío L. quiere sobresalir y pone vozarrón de barítono. La tía S., en cambio, imposta su voz para hacerla empalagosa, de tan dulce y tan colmo de la feminidad. S. y M. (cuñados) se han dicho algo al oído; la carcajada de ella supera en volumen al coro durante un rato. "Na beira do mar", "Catro vellos mariñeiros", "Galopín". El sol, cada vez más débil, incide oblicuo por los ventanales del salón. Alumbra un encuentro entre el pueblo y su arte. Cada vez sucede menos, y no es por culpa del sol. El tío E. promete que para la boda siguiente traerá la gaita. Esperemos que no, hasta jubilarse no empezó a ir a clases.
Atardecer,
el padre de la novia
llora y se ríe.
Luis Carril García