XII. En un camino en un bosque
El bosque, donde todo sigue
sin tener sentido pero nada
hay que no encaje perfectamente
El actor quiere morir sobre las tablas, el torero en la arena, el samurai en la batalla. Uno, que, por suerte o por desgracia, no ha respondido con tales vehemencias a la llamada ni de esas ni de ningún otro tipo de vocaciones, quisiera morir dando un simple paseo. En un camino que sería más o menos así.
Solitario, de tierra, de la que sobresalen de vez en cuando raíces de roble, o de castaño. Los seres venerables a los que esas raíces nutren y sujetan lo obsequian por aquí y por allá con sus sombras, porque a veces hace sol, y el camino sube y baja. Y serpentea, prometiendo nuevos encuadres de un soberbio paisaje tras cada recodo. Discurre a media ladera a veces, por lo que a un lado queda un barranco por donde se cae el verde hasta hacerse oscuro, y por el otro queda un talud de tierra negra con incipiente vegetación entre las raíces al aire de la otra vegetación mayor. A veces es llano, y elevado, y discurre por la divisoria de un monte. El verde entonces queda a la altura de las viejas botas, y es el del tojo, y luego el del brezo, y luego desaparece y queda sólo alguna hierba rala entre los huecos de algún titán de granito. Tiene que haber trinos.
Solitario, sí, lejos ya cualquier vestigio humano, pero desde que los árboles tienen nombre, y época de floración, y utilidades su madera o su fruto en infusión, menos solitario. Nada solitario. Se diría que a uno hasta le hablan cuando pasa el viento entre sus hojas, o que interpretan para uno una sinfonía inmensa y delicada cuando la lluvia las percute. Y de tierra, sí, pero durante un buen trecho está dividido a lo largo por un regato pequeño y tenaz, cuyas aguas bajan alborotando hasta precipitarse por la vaguada y en cascada hacia algún lugar del barranco de antes.
Pues por ahí, más o menos por ahí, con mi último paso llevándome a un claro de hierba mullida, sentir un dolor, o ya por pedir, mejor una fatiga. Apoyarme en una roca no muy grande pero sí muy gastada y cubierta de musgo y liquen, y después... Bueno, y después, ¿quién sabe?
Mis hermanos del norte habrán reconocido el camino y el bosque al instante. Espero haber hecho evocar a mis hermanos más al sur alguna caminata entre encinas, olivos o laurisilva. Quisiera con todos ellos, con toda humildad, compartir algunos haikus. No tienen temática común, no pertenecen a una misma época, no me satisfacen ni más ni menos que otros. El hilo que los une es el no haber surgido de la contemplación, de un éxtasis plácido y sedentario, sino el haber sido recogidos en plena marcha, a menudo en papelotes arrugados y con horrenda caligrafía, directamente de los caminos. Espero que te gusten. Helos aquí:
De las dos sendas
la del río es peor,
pero es mejor.

Sólo mis pasos
y los gallos se oyen.
Patrón del pueblo.

Llegar de noche.
Dormir. Despertar. Ver
por fin el río.

Pasar los rápidos.
Alcanzar el remanso.
Bajar la voz.

Racha de viento.
Ya son otras las hojas
que pisaré.

De copiloto.
La luz del sol cruzando
ramas y párpados.

Grandes montañas,
se van volviendo azules
según se alejan.

Pasó el otoño,
las hojas de los árboles
son ya camino.

Luis Carril García