IX. La primera vez y el último paso
Para todo, para lo bueno y para lo malo, hay una primera vez. Como es natural, cuando estamos aún cerca de haber nacido se suceden primeras veces muy a menudo y casi todas ellas son una buena noticia: primera palabra, primer pasito, primer diente, etc. Luego, a medida que vamos alejándonos de nuestro nacimiento, las primeras veces se espacian, e irrumpen algunas de ellas ya malas, pero todavía están a la par: primer amor, primer desengaño amoroso, primer trabajo, primer despido, etc. En estos momentos estoy inmerso en esa etapa de la vida, aunque ya con un pie en la siguiente; pero el caso es que no me siento demasiado autorizado para hablar de las primeras veces en la madurez. Uno sospechaba que poco a poco las primeras veces se irían haciendo quizá no tan buenas, pero he comprobado con ilusión que nunca, nunca, dejan de colarse primeras veces felices en la vida de una persona. A mí me aconteció algo por primera vez el pasado mes de abril, y aún no sé si es buena o mala, o si las dos cosas.
Desde Albacete -uno de los principales puntos del planeta en donde tomar el pulso al haiku hispano- recibí una llamada, invitándome a formar parte de un jurado –por primera vez en mi vida-: el que fallaría el resultado del II Concurso de Haikus Biblioteca General Universitaria. A tal invitación, feliz por visitar La Mancha y a todos los buenos amigos que aquella tierra contiene, atolondradamente dije que sí. Y atolondradamente dispuse el viaje en etapas que fui cumpliendo atolondradamente gozoso: en Villar de Olalla, Cuenca, Ayna y Albacete. Trailarí, trailará, con alegría me encontré con mis viejos amigos y conocí a otros nuevos. Y no caí en la cuenta de mi atolondramiento hasta que llegó el momento de decidir, lo que por otra parte era mi deber y aquello para lo que había sido invitado a gastos pagos. Sólo en ese momento me entró el pánico. No es difícil imaginar en qué consistían los ingredientes de mis miedos: enormes pesos de responsabilidad, inseguridad, incapacidad, parálisis súbitas de las articulaciones, dificultad en el habla, demandas de estafa... Resolví que lo mejor para hacer consideraciones sobre un conjunto de haikus debía ser reconstruir las circunstancias adecuadas para un haijin. Así que me cogí todos los haikus en papel y en el remanso de paz que constituye el parque de Abelardo Sánchez esbocé una postura de zazen más bien ruda y sin gracia y me dispuse a paladear los haikus, reflexionar, y decidir.
La cosa se fue calmando en mis adentros; y aunque la opinión que tenía de mí mismo había descendido desde eminencia interestelar en haiku a vulgar gusano, conseguí una preselección que aún hoy, tras los debidos exámenes de conciencia, considero aceptable. A ello le siguió una comida y una sobremesa con las oportunas deliberaciones con el resto del jurado. Con alivio comprobé que nuestras preselecciones eran similares. En fin, ordenarlas fue ya más duro, y probablemente, ya se sabe, la justicia humana, la justicia divina, etc.
Tras todos estos preliminares tan sólo quiero decir que el resultado lo podéis comprobar en otros lugares, y que aquí quiero dejar mención de los haikus que -la justicia humana, la justicia divina, etc.- para el público tal vez no hayan ganado nada, pero para este humilde haijin sí lo han hecho, y mucho, y sus creadores (cuyo nombre no sé y por tanto remito sus lemas o seudónimos) deberían de sentirse muy animados y satisfechos con ellos:
En el rellano,
aroma a legumbre
recién guisadas.

Birlibirloque
entre el viejo y el niño
una moneda
y una bolsa de pipas

Pekín
oscila al viento
en la tarde de marzo
viejo ciprés

Dr. Fleischman
Otros más capacitados podrán comentar las bondades y defectos de estos haikus con la debida erudición que se merecen; yo quisiera acabar este artículo con una impresión sincera y ya más en serio: que una persona se decida a dar un paso al frente y someter una creación suya, una exposición de sus adentros, una parte de sus entrañas, a criterio público, debería ser un verdadero triunfo para ella, independientemente de lo que un jurado -la justicia humana, la justicia divina, etc.- opine sobre ello. Creo que esto es así en todo tipo de manifestación artística, pero especialmente en el haiku. Como ya he dicho en foros y articulitos y como traté de decir en la entrega de premios antes de que la tartamudez me lo impidiese, estoy absolutamente convencido de que la práctica del haiku es beneficiosa para aquel que la lleva a cabo: agudiza los sentidos, pule la expresión e invita a la humildad y la sencillez, en pocas palabras. Escribir un haiku es el último paso de una larga y saludable caminata.
Sed buenos.
Luis Carril García