VIII. Una crónica manchega
A uno la mención de la palabra "paisaje" le lleva a imaginar una sucesión de verdes y suaves colinas que desembocan antes o después en un bravo océano. Para una mente con esta costumbre no es fácil hacer frente a la contemplación de un llano, a la visión de una perspectiva en la que una vasta planicie de sembrados se apropia de todo punto de fuga, usurpando el puesto del mar de siempre; reaccionar en definitiva ante el cambio brusco de referencias tan básicas, tan arraigadas en los adentros.
Chinchilla se asienta en una de las pocas elevaciones que el terreno raras veces se permite en el área geográfica conocida como La Mancha. Es un pueblo concentrado y ocre, con sabor añejo, medieval, de callejuelas intrincadas y estrechas hasta que les llega el momento de abrirse a alguna plaza. En estas plazas, invariablemente se asienta una iglesia cargada de Historia o un edificio emblemático. Hay muchas casas grandes con blasón en las fachadas que, en medio de muchas otras casitas más humildes, trepan y trepan hasta llegar a la cumbre del promontorio. Circundando ya estas cotas se disponen unas construcciones típicas que se aprovechan de la existencia en la roca de cuevas naturales, haciéndolas formar parte de una vivienda. Y coronando el alto, el Castillo de Chinchilla, desde el cual las impresionantes vistas que se ofrecen llevan a un hombre de costa a reflexiones como la que comienza esta crónica.
vuelta a Chinchilla
al final y al principio
viento de frente
Chinchilla era el punto de inflexión de nuestro viaje. A partir de ese momento -y si es que los viajes de vuelta son realmente posibles- el viaje era ya sólo de vuelta. Atrás había quedado Cuenca: un arcón viejo, pero hecho con madera y metal nobles y resistentes al tiempo, y en el que da gusto revolver, pues nunca se saca la mano con algo que no sorprenda o deleite o fascine al viajero.
recio pinar
entre los recios troncos
la lluvia oblicua
Atrás también Ayna: la pequeña Suiza que se esconde en un recoveco de la profunda grieta que el río Mundo escarba desde hace eras en las Sierras del Segura –y en la que por cierto se rodó la película de culto Amanece, que no es poco.
fronda del río
con la brisa el que más
suena es el chopo
Atrás la ciudad de la cuchillería, Al-bassit, Albacete, el llano entre los llanos, que se ofrece al recién llegado tal cual un folio en blanco para que se escriba en él lo que plazca -y debe placer y mucho, a tenor de la actividad literaria que bulle en la comarca y dado el inaudito número de escritores por habitante.
suerte en el parque
la ardilla más osada
casi en mi banco
Atrás, en fin, el cereal, el olivo, la encina, la vianda ancestral del pastor, el granado y la chumbera, el sarmiento, el cernícalo quieto en el aire, el lagartero planeando en el aire, ese aire, la oveja, la venta en ruinas, el riachuelo terroso, sus canalillos de riego, un huerto, y la luz.
Luis Carril García